EN LA COLA DEL SUPERMERCADO
Tras las últimas vicisitudes y el obligado confinamiento por causas físicas, me reconcomían las ganas de salir a hacer algo.
Bueno, con ayuda de mi bastón o tercera pierna, "(jajajaja, si fuera varón no podría hacer este comentario porque algún listill@ diría que es la cuarta pierna, jajajaja. Esta gracia es más mala que un cajón de mierda. Me estoy volviendo un pelín ordinaria. ¡Qué se le va a hacer!)", he pensado hacer una discreta excursión.
Como no puedo pretender hacer la maratón de Donosti en tales circunstancias; realmente aunque estuviese recuperada de la lesión tampoco podría correr la mencionada maratón ni ninguna otra, porque la distancia más larga que he corrido, en mi vida, son los tres o cuatro metros que he perseguido a los innumerables autobuses que se me han escapado cientos de veces. Es decir, mis facultades atléticas se podrían equiparar a las de una marmota en los meses de hibernación.
Aprovechando que hoy han inaugurado un supermercado enfrente de mi domicilio, he pensado que sería acertado un paseo hasta el mismo. El trayecto ideal, unos cincuenta metros, sin obstáculos ni barreras arquitectónicas.
Me he vestido unas cómodas prendas sport y me he acercado hasta allí.
Había mucha gente y el centro era de dimensiones medianas. Como me da vergüenza entrar en un comercio de esas características, (sí, tengo este tipo de vergüenzas absurdas), y salir sin comprar nada, he pensado comprar una barra de pan de avena.
Hallándome, en modo espera, en la cola de la caja, una larga fila completada por siete señoras y yo, se ha producido un percance.
Ya tenía sólo a dos clientes delante de mí para alcanzar mi objetivo: abonar la barra de pan.
La cliente que se hallaba en primera línea de caja extraía sus productos del carro con gran celeridad. Observaba su quehacer por encima del hombro de la señora que se encontraba en medio de ésta y yo.
Repentinamente un surtidor de cerveza Heineken ha brotado sin ninguna remisión de entre las manos de la hacendosa "vaciadora" de carros de la compra, rociando el cabello, cara, cuello y pecho de la señora "medianera".
¡La que se ha armado!
La "surtidor de cerveza", azorada ha pedido disculpas inmediatas a la "bautizada en cerveza", pero ésta última, alegando que se acababa de duchar y que no podía regresar a su casa porque tenía que ir a comer con unas amigas, y no disponía de tiempo. Y que iban a pensar sus amigas con esa peste a cerveza que expelía y que cuán torpe era la señora "surtidor de cerveza", la cual estaba terriblemente consternada y ya no tenía argumentos para rogar por el perdón de la "bautizada en Heineken".
La intransigencia de la "bautizada en cerveza" me ha resultado tan intolerante que he salido en defensa de la "surtidor de cerveza":
-Señora, por favor, cálmese usted. Ha sido un desafortunado accidente. Además no es para tanto. Si sus amigas le conocen no la van a tachar de alcohólica mañanera......., (y como no me puedo callar nada), a no ser que tengan motivos para hacerlo y usted le dé al pimple...... , y por ello está tan nerviosa.... .
-Sí será sinvergüenza la metementodo esta, acusándome de..... , cállate tullida que te doy con tu propio bastón.
-¡Oiga señora! No sea agresiva, parece que ha desayunado un tazón de balas, ¡ay qué ver!
La cajera no sabía donde meterse, con un gran trozo de papel en la mano, intentaba limpiar la caja por un lado y ofrecer celulosa a la bautizada para que se secase.
Finalmente ha venido el guarda de seguridad. La pobre "surtidora de Heineken", ha terminado llorando, la bautizada ha terminado haciéndome un corte de mangas y yo he terminado SIN el pan.
Sí ya digo yo, esto me pasa por ser una sentimental JUSTICIERA.
© Fátima Ricón Silva
No hay comentarios :
Publicar un comentario