Amaste mis defectos,
viviste mis mentiras,
adoraste mi mirada,
me lamiste las heridas.
Fui un rastro inerte invisible
que no pudiste seguir
porque mi innoble estrella
te abocó a morir.
Te diluiste en mi teatro
de marionetas variadas,
te perdiste entre bambalinas
de interpretaciones baratas.
Engañado, humillado,
arrastrado y vilipendiado
por mis besos acres
por mis abrazos amargos.
Encadenado.
Fatal atracción
.
Hasta que un día de enero
empezaste a querer
una verdad de ojos negros
que te hizo renacer.
Cortaste los eslabones
de mi malquerer
y me quedé sola,
como siempre debió ser.
© Fátima Ricón Silva.
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