EL BAR LUNA
El bar Luna es un antro que siempre está abierto porque no entra nadie y Rodolfo atraviesa las horas aguardando que algún alma traspase el marco azul que corona la puerta de la entrada.
Rodolfo se pasa el día sirviendo cafés que no toma nadie y se dejan enfriar, posados en la barra del bar, por la soledad inventada.
Rodolfo ocupa sus horas recogiendo los vasos de cañas que jamás ninguno solicitó. Imagina el gesto que pudo estar tras esas cervezas.
Los refrescos caducados sudan polvo en los estantes tibios de la pequeña bodega.
En el bar Luna no se vende vino porque nadie vino a consumirlo, nadie vino a pedir vino.
En el bar Luna siempre hay luz, la luz de su dueño, un iluso que negoció con la vida y se fue al desierto a servir copas a los granos de arena.
Rodolfo se recoge su lacia melena en una cola baja que le abriga la sonrisa, las múltiples ocasiones que tiene la oportunidad de sonreír.
En el bar Luna se reúnen, tan sólo, las quimeras de su dueño.
El bar Luna es el destierro voluntario de un ganador que asemeja a un perdedor.
En el bar Luna siempre tendrás calor, el afecto de un triunfador que vive de sueños efímeros pero esenciales.
El bar Luna es el espacio ideal para gastar tu tiempo, intercambiándolo con el del vencedor que parece un derrotado.
Búscalo, hay un bar Luna y un Rodolfo en cualquier esquina de un gran corazón.
©Fátima Ricón Silva
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