FINAL FELIZ
Era como un salto al vacío, sin meditar, sin condicionamientos.
El concepto fingido no iba conmigo y no necesitaba permiso para hacer lo que me viniese en gana.
Esperaba en mi habitación, silenciosa, cálida, anhelante de recogerme entre mis lienzos, a oscuras. Fiel, leal y devota a mí misma.
Prefería recibirle desnuda, perfumada, con la penumbra escondida entre los resquicios de mis esquinas.
Y no le fallaba nunca. Día tras día, noche tras noche.
El combustible que necesitaba para llegar a un final feliz, la combustión inteligente entre mi cuerpo y mi alma, entre mi nido y mi ser, entre crujidos libidinosos y retozos lentos y mimosos; unas veces suave, otras a sacudidas fuertes, insomne o aletargada, furiosa por acabar en sus garras agotada.
Y me arrojaba como una hoja que se vence en el ocaso otoñal sobre sus fauces placenteras, alerta, con un sosiego encendido, encontrando una calma inventada.
El sonido de un tren volando a mi lado.
Y, de este modo, llegaba, día tras día, noche tras noche, el final feliz en la mullida superficie de mi cama, a mi modo.
©Fátima Ricón Silva
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