LA FRAGILIDAD DE LA FALSA DULZURA
Primero vinieron las palabras molestas,
alusiones vespertinas a mi imagen,
retazos de humillaciones
que dolían, pero las obviaba
por puro desconcierto.
Luego un dulce beso me hacía no recordar.
Después fue acechando con insultos malolientes,
celos absurdos y descontrolados,
mentiras que él pensaba realidades,
lunas que eran soles y ríos que eran mares.
Y dolían pero luego un dulce beso,
un falso beso de frágil arrepentimiento
para tenerme atrapada entre sus brazos controladores,
detenía aquel dolor momentáneamente.
El tono hiriente, gritón, autoritario
se convirtió en el discurso diario,
y yo perdida en tal desastre,
indagando en mí misma
si era la culpable,
de provocar en ese hombre
aquellas barbaridades.
Y cuando venía el beso,
una acidez amarga me llegaba al gaznate,
provocando una arcada
en mi corazón.
Y aquel beso presuntamente dulce no quitaba el dolor.
Y llegó el día que aquel muro de caramelo
se estampó contra mi rostro,
acompañado ese estampido con una bofetada,
que hizo que perdiera el sentir
y que recuperase el sentido.
Y no huí,
denuncié y pagó con el mayor de los castigos,
con la más dura sentencia:
me perdiste, aunque nunca fui tuya,
te amé pero siempre fui yo, mía.
Quise ser tu compañera,
pero tú no quisiste compañía,
no escuchaste mi voz, sólo oías la tuya,
y ahora la soledad será tu camarada,
porque el que no aprendió a respetar,
nunca sabrá lo que es la vida.
©Fátima Ricón Silva
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