RACHEL, RACHEL, RACHEL. (2ªPARTE)
Poniendo en evidente duda el éxito de la reunión, tengo que decir que tras una batalla campal, he elegido tres cupcakes salados para ofrecer en mi cuqui-pastelería.
Precisamente los que quedaron adheridos al techo y paredes de mi delicado y primoroso negocio:
Cupcake de salmón y aguacate, cupcake de hongos y jamón ibérico y cupcake de queso Idiazabal.
Son los que mejor uso como proyectil recibieron, y con tal honor quedarán de momento como protagonistas estelares de la carta de salados.
Las nueve de la noche era la hora cero. La hora del reencuentro de las trece magníficas.
Fueron llegando en un rápido goteo, en general todas somos muy puntuales y, cinco minutos arriba, cinco minutos abajo, hacia las nueve y veinte todas estábamos besadas y aduladas. Excepto las grandes antagonistas del momento: Mireia, a un lado del ring e Isabella y Sofía, en la esquina contraria.
El evento se inició con tranquilidad, fui explicando los ingredientes de los bocaditos e íbamos realizando la cata con atención y meticulosamente. El cava y el champagne era paladeado, quizá, con más celeridad de la que convenía.
Así entre explicaciones y degustaciones, las botellas del espumoso iban agotándose una tras otra.
La atención a mis explicaciones, se iba disipando. Se desviaba el interés de los cupcakes hacia otras motivaciones.
Isabella empezó a cantar una canción soez y ordinaria, claramente dirigida a Mireia y, Sofia le hacia los coros entusiasmada.
Era evidente que lo traían preparado para hacer reventar a Mireia.
Y fue cuando iniciaron los coros cuando Mireia, con los ojos inyectados en sangre y la mirada perdida gritó:
-Callaros, estúpidas niñatas. Callaros de una puta vez, si no queréis que os cruce la cara con dos bofetones.
Y Sofía e Isabella, en lugar de amedrentarse, salieron a bailar, al centro de la estancia, repitiendo el estribillo machacón e indiscreto.
Mireia, sin ningún ánimo de contención, agarró un cupcake tras otro y los arrojó, apuntando a las bailarinas, con toda la fuerza que la rabia le administraba.
El resto del grupo, sin ningún prejuicio, se apuntó al lanzamiento de cupcakes, y aquello se convirtió en zona de guerra y fuegos cruzados.
Freda me miraba aterrada.
¿Cómo iba a finalizar aquello?
Yo le devolvía la mirada más espantada, si cabe.
Freda, se acercó a mi parapetada tras una bandeja circular y me dijo:
-Hay que parar esto, inmediatamente. ¡Haz algo!¡Haz algo!
Mi cerebro puso en marcha sus mecanismos de emergencia. ¿Qué podía hacer para acabar con aquél despropósito?
Y una luz se encendió en mi cabeza e inmediatamente, atrincherada tras una silla, me acerqué al obrador y busqué el cuadro eléctrico. Sin pensarlo mucho presioné el interruptor de la general y todo se quedó en la máxima oscuridad.
Silencio.
La sorpresa hizo que todo el escándalo se paralizara.
A tientas salí al salón y con mi voz más amigable y conciliadora dije:
-Chicas, en unos segundos voy a encender la luz. Quiero que todas, con calma y serenidad, recojáis vuestras cosas y vayáis saliendo de la cuqui-pastelería. Sin decir ni una palabra. ¿De acuerdo? Si no lo hacéis así, llamaré a la policía.
Me mantuve silenciosa unos segundos y tras la pausa, me dirigí al obrador y activé la iluminación. Salí inmediata al salón. Todas miraban el desaguisado en el que se había convertido el local. Había cupcakes por todas partes.
Fueron saliendo, ordenadamente, como si de una evacuación se tratase. Alguna intentó disculparse, lo cual no permití, ahogando cualquier intento.
En dos minutos escasos, todas menos Freda, ya se habían ido.
Cerré la puerta con llave.
Me senté en una silla y observé las condiciones en las que se hallaba la cuqui-pastelería.
Freda hacia lo mismo.
Y finalmente rompí mi silencio:
-Mira, esos tres que han quedado pegados en las paredes, van a ser los protagonistas de mi carta salada.
Freda dirigió su mirada a los tres puntos que le señalé.
-Vamos a investigar cuales son, -dije resignada.
-Rachel, Rachel, Rachel, porque te quiero demasiado, que si no te dejaba aquí plantada con este desastre.
Me acerqué a ella y riendo la besé en ambas mejillas.
-¿Me ayudas a limpiar esto? -le pedí animosa.
-¡Rachel, Rachel, Rachel......!, exclamó falsamente enojada.
Y comenzamos la dura labor.
Esto me pasa por ser una locuela SENTIMENTAL.
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