DE TAL PALO ¿TAL PALILLO?
Madre de seis hijos. Árbol de seis arbustos. Palo de cinco astillas y un palillo.
Mis cinco hermanos ya se convirtieron en otros cinco árboles, algunos han generado ramitas o ramajos, depende del punto de vista con que se mire y quien lo mire.
Y quedo yo, el palillo Rachel.
Aún no soy rama, ni arbusto ni astilla. Soy palillo, según mi madre.
¿Por qué?
Preguntárselo a ella.
Bien, cómo os va a ignorar, os menciono detallitos.
En general me tacha de inmadura integral.
Concretando, una de las razones, entre otras mil, según alega ella, es porque soy culo de mal asiento, en cuanto a relaciones conyugales. ¿Tendrá que ver el hecho de que me he casado dos veces? ¿Y me he divorciado otras dos? ¡Por supuesto!
Con treinta años, dos matrimonios y dos divorcios no es lo habitual entre las y los jóvenes de su entorno, ni entra en la lógica de sus planteamientos tradicionalistas.
¡Yo lo veo de lo más normal! Pero ellaaaaa..... , no.
Expone que no entiende el motivo de mi afición a legalizar mis relaciones. Mi querencia por la honorable institución del matrimonio civil. Aduce que una sencilla convivencia debiera ser suficiente. ¡Qué para que me caso si es para separarme al poco tiempo! Que me tomo demasiadas molestias formalizando y desbaratando "cohabitaciones".
Y sin que sirva de precedente opino lo mismo que ella. Aunque jamás lo reconoceré en su presencia.
Sin embargo hay impulsos que son imposibles de eludir. ¿O no?
¿Qué culpa tengo yo si me encandilaron, primero, unos ojos negros que me llevaron al juzgado?
¿Qué culpa tengo yo si me fascinó, después, un francés y su idioma tan sexy? Un galo que me deslumbró y apagó el fulgor del de los ojos negros. Un franchute que me puso, nuevamente delante de un juez.
El de los ojos negros me mantuvo enamorada hasta que entró en mi cuqui-pastelería el gabacho del idioma sexy.
Y desde el de los luceros oscuros, Roberto, hasta el hijo de la Francia, Richard, no transcurrió mucho tiempo.
Con Roberto navegué por los océanos de la pasión ocho mesecitos, hasta que el de los ojos grises y parisinos, Richard, hizo un abordaje pirata en aquel navío del amor con su acento empalagoso.
Un croissant tuvo la culpa. Un croissant.
Entró en mi cuqui-pastelería, colmada de cupcakes, brioches ecológicos, chocolates belgas, decoración rosada y florida, pidiendo un croissant.
¡Yo no vendo croissants!
¡Dónde vamos a ir a parar! ¡Tamaña ordinariez!
Pues el tío, entró en mi negocio y pidió un chocolate vienés y un croissant.
-No tenemos croissants caballero -le comuniqué.
-¿Por qué? ¿No le gustan? En un lugar como este debieran ofrecer croissants, -me preguntó primero y aseveró, después.
-Gustarme, gustarme, sí, pero en mi pastelería solo encontrará productos únicos y especiales. En este lugar proporcionamos emociones y sensaciones gustativas. ¡Mire que maravillas!, -y le señalé mi reducida pero selecta gama de delicada pastelería.
Él observó el género.
Asintió sonriente.
-¿Son elaborados por usted? -preguntó.
-Por supuesto, mi equipo y yo hacemos a diario toda la repostería. -Dije con orgullo.
-¿Y usted cree que un croissant no encaja en su línea de dulces?
-No, un croissant, por sí mismo, jamás podrá sublimar a nadie que se precie. Los productos que contempla aquí, sí. Además estos sabores no los encontrará en ningún lugar.
Y aburrida de tanta conversación añadí:
-Mire, le voy a invitar a un cupcake de pera limonera con frosting de crema de vainilla y virutas de limón. Vivirá una experiencia que le llevará al mismísimo cielo.
Cogí esa pequeña obra de arte, de una bandeja de tres pisos, y se la planté delante de los morros.
Él me sonrió y, cortés, lo comió sin decir ni pío. Sin expresar ni un gesto de agrado o desagrado. ¡Vamos, su rostro era un muro de dura piedra!
Abonó su chocolate y se marchó.
"¡Valiente maleducado!, ni tan siquiera me ha dado su opinión sobre el delicioso cupcake, pensé mosqueada. ¡Ni las gracias!"
Al día siguiente se presentó en la cuqui-pastelería con media docena de mini croissants que había elaborado él mismo y una despampanante sonrisa.
Me invitó a que aceptara su regalo y que los probase.
¡Exquisitos!
Los incorporé inmediatamente a mi carta de dulces y a él lo incorporé a mi carta vital, hasta el momento en el cual invitó a otra a probar sus mini croissants.
Un breve noviazgo y seis meses de matrimonio civil.
Y se acabó.
Por estas y otras razones que os contaré en otro momento, mi madre me considera todavía palillo.
Un palillo que tiene que curtirse, dice.
¡No se entera el palo!
Esto me pasa por ser una sentimental ENAMORADIZA.