viernes, 1 de enero de 2016

LAS BRASAS DEL AMOR por Fátima Ricón Silva




Se conocieron tan jóvenes que aún los brotes de la primavera estaban verdes y sin descapullar.
Se amaban desde que él pasó su lado y ella absorbió aquel aroma a serenidad que desprendía de su cabello.

Se amaban bajo el agua, en la superficie, se amaban arriba y abajo, de espaldas y de frente, simpáticos y de mala leche, cuando estaban lejos y estaban cerca, cuando llovía y cuando hacia sol, desnudos y vestidos, bajo la ducha y mojados, como nunca habían amado porque estaban hechos el uno para el otro, el otro para el uno.

Y cuando las circunstancias fueron favorables se fueron a compartir desayunos juntos. En un pequeño piso de alquiler que precipitadamente se llenó de cinco renacuajos alegres y complementarios.
Todo iba bien. Él tenia un trabajo de sol a sol en una empresa de nuevas tecnologías y ella trabajaba a media jornada en una cafetería del centro.

Se amaban por encima de todo y de todos.

Sin embargo una tarde calurosa de agosto ella salió temprano del trabajo y pensó en sorprender al hombre que no tenia otra vida que la de ocuparse de ella y sus hijos.
Fue llena de amor a esperarle.
Se sentó en un banco, frente a la puerta de entrada del trabajo de él.
Se entretuvo con el móvil. Wasapeando con amigas y dejando transcurrir el tiempo.
Las cinco de la tarde. La hora.
Se puso nerviosa, porque hacía tanto tiempo que no podía dedicarle unas horas exclusivas a él. Aquél que le amaba sin reservas desde el primer día.

Las cinco. Y esperaba emocionada. Y le vio. Como él era, amable, brillante, limpio, atractivo...., pero asido a la cintura de otra mujer. 
Tuvo tiempo de escurrirse entre los arbustos del jardín y ocultarse tras una acacia moribunda.
Él tocó las nalgas de aquella mujer y la besó en el cuello con una cadencia reconocible. A ella la acariciaba igual.
Tuvo la fortaleza de seguirles durante unos minutos y se veía a sí misma, en sus brazos, entre su sonrisa, recortada por un amor absoluto.
Se amaban pero, ella amaba sin reservas y él amaba con segundas. Bajo el agua y en la superficie, pero era aceite, aceite que flotaba y resbalaba en los muslos de otra mujer, caliente, excitante, abarcando otros pechos, otros labios, otro sexo.

Tuvo que tomar una decisión y aquél amor leal, legal, sincero se destruyó en una pira de fuego alimentada por la infidelidad.
Fue capaz de renacer con sus cinco niños. Abandonó los desayunos juntos, las duchas bajo el mismo agua, y dejó pasar los otoños con dignidad y otros amores que nunca fueron como el primero.

©Fátima Ricón Silva




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