Cuando yo llegué él llevaba seis años esperándome,
ella tan sólo llevaba un año y medio.
Yo aparecí por sorpresa, deseada y buscada,
aun así de sorpresa, porque algunos esperaban un varón
y como siempre hice lo que quería hacer
pues nací niña, ¡cómo no!
Él nos preparaba las meriendas
cuando nuestra madre estaba enferma y nuestro padre trabajando,
ella se pasaba horas mirando mi cuna,
vigilando que el chupete se mantuviese en el interior de mi boca,
si se caía, acudía correteando su año y medio,
hasta donde se hallase nuestra madre,
y le decía con su lengua de trapo:
"mama, mama, Tiña, ha caído "pete"".
Yo me sentí la hermana más feliz del mundo
cuando los conocí,
y continuo siendo la hermana más dichosa
conforme ha pasado el tiempo.
No precisamos estar todo los días conectados,
no necesitamos vernos a diario,
porque sabemos que estamos ahí los tres,
unidos por el amor, el respeto y la pasión
que nos encadenará para siempre.
Sí uno desfallece,
los otros dos están cerca,
apoyando sin tregua,
y alimentando al desfallecido
con la energía del amor.
Somos privilegiados hermanos.
Y no debiera ser así,
el amor fraternal debiera ser algo común.
Nuestra fraternal relación
es natural,
pero mirando por la ventana
veo vidas de hermanos tan
divididas, desarticuladas y desenhebradas,
que no puedo comprender
porque llegaron a ese punto en el camino.
Nada, que os quiero amores.
Sois dos soles que alumbráis mi vida.
Los mejores.
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