domingo, 2 de diciembre de 2012


EL PINTOR AIRADO


Contempla el lienzo inmaculado,
aun no define una figura,
se enoja, no acude la musa,
no arriban los colores
que rellenan de ternura
la tela lisa, blanca y pura.

Aminora su cordura
y comienza la tempestad,
la mano se mueve con bravura,
no puede parar,
trazos, líneas, puntos, roces,
brillos cromáticos y resplandores,
transparencias luminosas,
pinceles rampantes
hacía la derecha, hacía la izquierda,
ahora arriba, después abajo,
zigzagueando por el trabajo,
primero claro y luego oscuro.

Regresa el vendaval con lluvia,
eléctrica, oscura y siniestra,
que cala intensamente
la mirada del artista,
que le impide ser egoísta.
Mechón caído en la frente,
ceño fruncido, indiferente,
poros sudorosos, manos calientes.

Pinta, piensa, piensa,
en el grosor de las pinceladas
en los colores, las mezclas,
en la danza de los dedos,
en la alegría de la mirada.
Le embriagan los olores,
la esencia de trementina,
los aceites y resinas,
la sinuosidad del lino
por dónde recorre el camino.




A asomarse comienza
el boceto diseñado
en su imaginación selecta,
en su sensibilidad interna,
fluyendo un orden figurado,
que va siendo recreado
en la tela blanca y pura
que ahora es clara hermosura.

Cada mente que lo observa
hace su íntima lectura.
Es libre el espectador sereno
de hacer su propia interpretación.
Ahora la obra es de otros
de los que la miran e imaginan.
Ajena a la sensibilidad del creador
que  regala a su suerte,
un trozo de su alma,
de su creatividad airada.

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