En Lituania, direccion Siauliai, camino a Riga observamos una "colina", la entrecomillo porque era un montículo ridículo al que no se le puede atribuir el rango de colina. Pero esta apreciación es únicamente desde una perspectiva orográfica.
Desde la imagen de los sentimientos puedo decir que era una colina en toda regla, plagada de cruces, de todos los tamaños y colores. Sencillas u ornamentales y recargadas, con fechas y nombres, de madera, metal o plástico. Una colina de tristeza, de desesperanza y de esperanza, una colina repleta de recuerdos intensos, una colina sumida en la espiritualidad.
Llovía, mis bailarinas se hundían en el barro mientras, atónita, me iba acercando a ese amasijo de cruces que me hablaban y me contaban quién y porqué estaban allí. Sentí un escalofrío conforme me aproximaba a aquel oscuro lugar. Pensé que iba a quedar varada ante esa mole de cruces y mis brazos se iban a extender e iba a formar parte de aquél desguace. Observé iconos e imágenes de vírgenes y santos entremezclados y crucificados en esa danza de cruces. Recuerdos materiales adheridos a las cruces, medallas, muñecos y juguetes ateridos de frío, rosarios multicolores, símbolos de la suerte y lluvia, y humedad, y ..... .
Escupí este poema irremediablemente:
LA COLINA DE LAS CRUCES
Una cruz,
miles de ellas.
Símbolos de desesperación,
unos caramelos dentro de mi boca,
deshaciéndose lentamente
como el recuerdo de la muerte.
Cada evocación cruzada,
representa una risa cercenada,
la represión de los poderosos,
el castigo del campesino,
la humillación del desposeído.
Cruces plantadas en la húmeda tierra,
abonadas por la magia de la desesperación,
multiplicadas por las ausencias, por los desaparecidos,
despertando un lúgubre placer.
Siniestros trozos de piel cruzadas por el suelo,
voces mudas de ayer, que hoy se escuchan,
ráfagas de imágenes divididas,
cruces despiertas, cruces hundidas,
cruces de lucha.
Un cementerio de sueños y desdichas.
Impresionantes fotografías...
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