miércoles, 13 de junio de 2018

LA SIESTA por Fátima Ricón Silva


LA SIESTA

No tenía ninguna pretensión de dormir una siesta, pero desde que tengo uso de razón todas mis siestas han sido sin intención.
Comer y sentarme en mi mullido sillón para ver la televisión antes de volver al trabajo, ese ha sido siempre el pretexto.
Día tras día y año tras año.
Pero el suceso real era la siesta, breve, liviana y profunda al mismo tiempo, serena algunas tardes, indiscreta otras, sana casi siempre y eventualmente penosa e inquieta.
Escuchaba en la lejanía el rumor del televisor, como la música de una canción de cuna, y me dejaba llevar por la desidia de la placidez del reposo.

Debió de pasar un pequeño lapso de tiempo, el habitual..., el oportuno para recomenzar y reemprender el resto de mi jornada laboral.
El desvelo venia poco a poco, desperezando mi cuerpo con la cadencia de una armonía pausada.
Una corriente de brisa fresca abrazó mi nuca con aire insolente.
Un aroma a ceniza de incienso se apoderó de mi hocico aturdido.
Imaginé que estaba soñando y entreabrí los ojos, rasgados como dos filos de navaja, y entre sopores y somnolencias, atisbé que las cortinas se sacudían como si alguien las estubiese apartando para observar el exterior.
Una convulsión de miedo me removió el estómago como si una multitud de cucarachas camparan por el a sus anchas.
Las cortinas continuaban abiertas, de tal modo que una mano invisible ayudaba a mantenerlas así.
Intenté abrir los ojos y la mente para descubrir el motivo de aquel fenómeno recurrente. Sin embargo no pude y por ello le vi.
Le vi con claridad, triste y melancólico, buscando allá afuera un lugar al cual ir.
Yo también miré a través de la ventana, aun cuando tenia los ojos entornados por el terror.
Sin embargo, solamente le veía a él, dentro y fuera de la casa. Esa cara de desesperación que dibujamos todos cuando estamos perdidos y no sabemos a donde dirigirnos porque desconocemos quien nos espera, o tan siquiera si hay alguien que nos necesite.
Cerré los ojos muy fuerte. Tan fuerte que me dolió.

¨ti,ti,ti,ti,ti,ti,ti,ti,tititititititititititi¨. El sonsonete de la alarma del móvil.

De un respingo me incorporé, aun olía a incienso quemado, y la cortina bailaba una danza tenebrosa buscando el silencio y la compostura habitual.
Me estremecí de nuevo.
Mañana volvería, otra vez, a la misma hora, buscando tras los cristales aquél lugar escondido que sería su descanso y el mío. 



©Fátima Ricón Silva

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