miércoles, 6 de mayo de 2015

LAS COSAS DE RACHEL - RACHEL SE SIENTE INFELIZ (S.O.S), por Fátima Ricón Silva




RACHEL SE SIENTE INFELIZ (S.O.S.)


No sé por donde empezar.
Regentar una cuqui-pasteleria implica en muchas ocasiones ser la "escuchante" de personas que no tienen con quien compartir su vida y sus cosas.

Una tarde entró en la cuqui-pasteleria una mujer. Muy delgada, muy triste, muy borracha. Me pidió un whisky. Ya sabéis que no vendo ese tipo de alcohol en mi negocio pero en la trastienda tengo algunas botellas para elaborar mis cupcakes etílicos.
En lugar de enviarle al bar de enfrente o intentar convencerla de que tomase un chocolate suizo, me adentré en el obrador y cogí una botella del mejor whisky y le serví una copa.
  
    -Yo invito -le dije.

   -Gracias -me contestó-, hoy es mi cumpleaños y es el único detalle que alguien ha tenido conmigo. Hace años que nadie se interesa por mi cumpleaños.

Y unas lágrimas lentas y pesadas se derramaron por su rostro.

La miré con cierta lástima. Esos ojos castaños perdidos entre los vapores del alcohol, los mocos colgando de puro pedo etílico, la coleta recogida tras la nuca toda despeluchada, la pechera de su camiseta llena de lamparones, en fin un primor de imagen. Pero lo que es realmente serio, un desecho de ánimo, desmadejada y derrumbada. Una mujer en ruinas.
No puedo concretar ningún motivo por el que me tomé el trabajo de animarla y entregarle parte de mi propia energía. Una batalla difícil cuando tratas de animar a una persona que lleva en su cuerpo un litro y medio de whisky y años de desilusiones.
Sin embargo hablamos, hablé yo, habló ella, conversamos y sobre todo ella se explayó acerca de su vida, todo ello propiciado por la alta ingesta del alcohol.

Mariana, es su nombre. Divorciada desde hacía unos años. Madre de dos hijos varones mayores de edad. Dueña de dos perras, Lucía sarnosa y muy mayor y Mery una setter gris. Sus únicos alicientes para levantarse de la cama cada día.
Me contaba acerca del desapego de sus hijos, desnaturalizados y egoístas, del interés materno que les movía que era puramente material; de las putadas de su ex-marido, un guaperas hijo puta que le hacía la vida imposible y al que aún amaba; de su soledad; de las penurias económicas. Era hija única, su padre falleció cuando tenía siete años y su madre hacía apenas seis años que había muerto.

Cuando iba a cerrar la cuqui-pasteleria le convidé a que se fuera con una sonrisa. Debía regresar a su casa. Ella remoloneaba. No quería retornar a su vivienda desnuda de amor y vida. Entonces, salí del mostrador y asiéndola de un brazo la acompañé hasta la puerta y le di un abrazo y dos besos llenos de comprensión y amor.
Ella se echó a llorar emocionada. Y me contó que hacía mucho tiempo que nadie le besaba y le abrazaba.

Se fue.

Tres días después regresó. Traía un pequeño presente. Un colgante artesano, pobremente trabajado, de barro que ella misma había realizado para mí. Me llegó al corazón. 

Venía sobria y hablamos mucho. Su vida ha sido muy interesante, rodeada de personajes del entorno a los que ella promocionó con su trabajo a través de pequeña empresa que llevaba con su ex-marido hasta que todo se fue al traste.

Pidió un whisky y se lo serví. Luego otro y otro y otro. Y se los serví. Hasta que agoté mi propia energía y la invité a que se marchara a su casa. Obediente se fue.

Y vino otros días, a lo largo de estas semanas y meses. Y me mostró más detalles de su vida, sórdidos, funestos y lamentables.

Era una mujer que lo había tenido todo y que ahora confirmaba las ausencias y carencias de su existir.  

Sus hijos la repudiaban, le faltaban el respeto, la ignoraban, se avergonzaban de ella. Sin trabajo. Sobreviviendo de la pensión conyugal. Propietaria de inmuebles a los cuales no les sacaba rendimientos por su bondad innata, que aquí no voy a exponer. Y Mariana se refugió en el alcohol y la marihuana para escapar de esas miserias vitales. ¡Ah, qué terrible error!

Y no podía arrastrar más este aterrador lastre: la soledad, el aislamiento, el abandono, el olvido y la indiferencia de sus hijos, únicamente rota para obtener de ella lucro y provecho de cualquier tipo.

Y pasaron los meses y yo sabía más de su vida que ella misma.

Y llegó un momento que dejó de venir a mi cuqui-pasteleria.

Y se inició una fase en la cual comenzó a telefonearme todos los días. Unos días ebria, otros sobria  pero siempre llorosa y desesperada. Y en sus disertaciones liberadoras comentaba:

   -No te parece singular que mi única amiga es la vendedora de cupcakes de una pastelería, eres la única persona que se preocupa de mí, que me escucha y me da consejos. Que me dice que mande a la mierda a mis hijos y a mi ex. ¡Ni que fuera tan fácil! ¡Cómo tú no tienes hijos!, por eso hablas con esa ligereza. La que me quiere hacer entender que el vínculo materno-filial se mantiene sólo por mi parte y no por la de ellos. La que me regaló un libro. La que me abraza y me besa. La que me concede su tiempo. La que me dice que saque los fantasmas que me tienen paralizada y no me dejan ser yo misma.

Y luego me pedía perdón por molestarme. Por llamarme a horas intempestivas por teléfono. Por aguantar la frecuencia de sus comunicaciones. Y lloraba. Y se avergonzaba de su llanto por compartirlo conmigo. Y se enclaustraba en su hogar, parapetada tras sus perras y su soledad.

Hace tiempo que no la veo.

Y yo no se qué puedo hacer por ella. Tampoco me siento con la potestad suficiente para acudir a las instituciones para que la protejan. No lo sé.
Sigue inmersa en esa inmensa pesadumbre, postrada en el decaimiento mas riguroso, empeorado por sus adicciones.
Y yo ejerciendo de animadora psicológica. Papel complicado cuándo una sólo tiene los recursos de la comprensión y el apoyo personal pero carece de cualquier otro.

Rachel os pide ayuda. S.O.S.
¿Qué puedo hacer por ayudarla?
Gracias.

©Fátima Ricón Silva.






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