lunes, 29 de diciembre de 2014





LAS ESTRELLAS ME MIRAN


Se me terminó el día y me guarecí bajo un tejado de constelaciones,
las estrellas me miraban divertidas y cómplices,
una tras otra me enviaban su energía de luz,
con guiños transparentes y cálidos.

Agradecí la comicidad con que me obsequiaban
las bellas pequeñas lunas con remate luminoso,
 templando el espacio con su hermoso lucir,
resplandeciendo mis negros pensamientos.
Mudándolos volátiles e impalpables.

Como pecas traviesas tatuaban el firmamento revoltosas e inquietas,
dibujando sonrisas en mi desgastado corazón,
salpicando el ánimo de esperanza,
diluyendo el cansancio del vivir, del mal vivir.

Contemplar las estrellas siempre fue mi terapia,
mirarlas a los ojos y conversar conmigo misma
para albergarme en mi interior 
y descubrirme al despuntar el nuevo día.




© Fátima Ricón Silva.

domingo, 21 de diciembre de 2014

LA MENTIRA DE UNAS FOTOS por Fátima Ricón Silva

















 LA MENTIRA DE UNAS FOTOS

   

   Conecto la radio.



“...ayer en Madrid, en la calle del Álamo, tuvo lugar la muerte violenta de una mujer por apuñalamiento a manos de su esposo.”

Es mi calle.

“La víctima de 49 años de edad, residente en el número 9...”

¡El portal de Aurora! Mi amiga. El otro día  me mostró las fotos de sus vacaciones, ¡hermosas imágenes! 

La víctima ha sido identificada como Aurora Román,... .”

Caigo abatida en una silla.
Aurora. Las fotos...., sonrisas forzadas, abusadas, viciadas, simuladas.
Me mantengo absorta hasta que el llanto brota y oigo mi voz, queda y sujeta:


-Las fotos mienten.

                                                                © Fátima Ricón Silva.

viernes, 19 de diciembre de 2014

LAS COSAS DE RACHEL por Fátima Ricón Silva. NAVIDAD, NAVIDAD, DULCE NAVIDAD.




NAVIDAD, NAVIDAD, DULCE NAVIDAD



¡Ufffff! Tenemos un problema.

Es el siguiente:
La que escribe, es decir la susodicha presionadora de teclas de ordenador, que me mangonea como si yo fuese una mascota doméstica, DETESTA la Navidad.

Y, yo me rebelo:
¡A Rachel le encanta la Navidad! ¡Qué lo digo yo, vamos, la sentimental recalcitrante!

¡Estaría bueno! Una romántica-pasional, convencida y practicante, de las emociones más intensas, como yo, que llevo impreso en mi catálogo de características personales una pasión sincera y entrañable por la Navidad y todo lo que la rodea. 
¿No voy a disfrutar de la navidad?
Esto no me lo quitan ni aun siendo ficticia. Que lo soy.


Por ello, pesar de los pesares, y por que hoy mando yo, Rachel y mis cosas, la escritora y yo os deseamos que paséis unos días entrañables con todos vuestros seres queridos.


¡Alaaaaa! ¡Vengaaaa!

FELIZ NAVIDAD A TODOS

Fátima Ricón Silva




miércoles, 17 de diciembre de 2014

MARIPOSAS DEL SILENCIO












MARIPOSAS DEL SILENCIO



MEJOR NO ESCRIBIR, MEJOR NO HABLAR, MEJOR NO DECIR, MEJOR CALLAR, Y DEJAR MARCHAR A LAS MARIPOSAS EN SILENCIO.

martes, 16 de diciembre de 2014

LAS COSAS DE RACHEL por Fátima Ricón Silva. ¡CUIDADO CON RACHEL: MUERDE!




¡CUIDADO CON RACHEL, MUERDE!



Han pasados quince días desde que me dejé caer en los adoquines de las calles de mi pueblo, en un lluvioso día de pintxo-pote, en el que no renuncié a mis adorados tacones. El fatídico día de mi esguince.

Tengo el tobillo muy mejorado. La lesión ha evolucionado bastante bien. Además ha sido un esguince de grado I. La lastimosa distensión del ligamento ha ido regresando a su estado natural y hoy me encuentro divinamente.

He estado quince días gruñendo, ladrando, enjaulada, apenas sin contener las ganas de hacer vida social, de ir a trabajar, al gimnasio.... . Me he sentido como una perra sujeta con una cadena.

Además mi geranio ha fallecido, (el del tiesto del cola-cao), lo que me ha producido un cierto sentimiento de rencor hacia la planta, ¿Por qué cojones no se murió con el impacto? ¿Por qué no quedó desmadejado sobre el pavimento, irrecuperable? ¿Por qué se fragmentó en un esqueje que me pedía que lo replantara? ¡¡¡¡Ainssssssss!!!! De este modo hubiese sufrido por su deceso una sola vez, la del accidente con el consiguiente despachurre todo en uno, (se cayó del alféizar de mi ventana). El muy desgraciado se ha vengado de mi amor indiferente de forma muy taimada.
No estoy preparada para la muerte de nadie ni de nada.

Estoy que muerdo y morderé, sin duda..... .

Rabiosa por deshacerme de los cuidados exagerados de mis padres; rabiosa por mi dependencia e inutilidad temporal; rabiosa porque he perdido quince días valiosísimos de mi vida, convaleciente; rabiosa porque NADIE ha venido a visitarme, (mierda de móviles y redes sociales, todo el mundo se escaquea de una visita personalizada); rabiosa por haberme perdido el concierto de Fito & Fitipaldis; rabiosa por ser tan presumida y no gestionarlo bien. Rabiosa por casi todo.

Pero mañana mismo le pego un "tadisco" a la vida y me resarzo de toda esta exasperación cochambrosa que me ensucia el cerebro.

Esto me pasa por ser una sentimental FURIBUNDA.








domingo, 14 de diciembre de 2014

LAS COSAS DE RACHEL por Fátima Ricón Silva. A RACHEL SE LE CAEN LAS BRAGAS.



A RACHEL SE LE CAEN LAS BRAGAS


La vida te hace regalos de forma inesperada. 
A mí me ha hecho varios a lo largo de mis treinta años. No todo van a ser amarguras y malas leches. No. 
Ni soy una amargada profesional, ni una negativa recalcitrante, ni una osa refunfuñona, nooooo.

Uno de los regalos de los últimos tiempos ha sido conocer a una MUJER, lo escribo con mayúsculas, por que se me pone en la punta de la nariz, y sobre todo para magnificar que es una gran persona, grande, muy requetegrande.

Pues esta súper mujer y su marido, tenían una vida elegida y diseñada, en la cual no estaba incluido tener descendencia. Por circunstancias familiares, tristes, adversas, con malos farios, ¡vamos, lo que puede pasar en cualquier familia, en la tuya, en la mía, en la nuestra!,un familiar suyo ha quedado, por decirlo en cierta manera desprotegido, un menor de quince años..... .

Esta mujer soberbia y su marido, (un hombre igualmente bondadoso, bonachón y tierno, además de un gran artista), nunca habían dejado de lado a esta personita, siempre han estado pendientes de sus vicisitudes, su educación, su problemática.

La situación ha tomado un cariz complicado y esta mega mujer y su esposo, (éste tuvo unas intensas conversaciones consigo mismo al respecto), han decidido acoger, educar, responsabilizarse de este menor. Han optado por remodelar su filosofía de vida para hacerse cargo de su joven familiar. 

Y a mí ante semejante acto de amor, filantropía y sensibilidad se me ¡¡¡¡CAEN LAS BRAGAS DE LA EMOCIÓN!!!! 
Otros se quitan el sombrero y dicen "chapeau". Yo como no llevo sombrero pues me toca el tema íntimo.

Una sonrisa, una liberación para soportar las tensiones por las cosas feas de la vida que florecen por todas partes, cotidianamente. Una noticia para relajar la presión y la tensión de llevar muchas veces las bragas hasta el cuello de tanto desastre.

Pareja, sois admirables.

Esto me pasa por ser una sentimental AFORTUNADA.

viernes, 12 de diciembre de 2014

LAS COSAS DE RACHEL por Fátima Ricón Silva. EN LA COLA DEL SUPERMERCADO




EN LA COLA DEL SUPERMERCADO


Tras las últimas vicisitudes y el obligado confinamiento por causas físicas, me reconcomían las ganas de salir a hacer algo. 
Bueno, con ayuda de mi bastón o tercera pierna, "(jajajaja, si fuera varón no podría hacer este comentario porque algún listill@ diría que es la cuarta pierna, jajajaja. Esta gracia es más mala que un cajón de mierda. Me estoy volviendo un pelín ordinaria. ¡Qué se le va a hacer!)", he pensado hacer una discreta excursión.

Como no puedo pretender hacer la maratón de Donosti en tales circunstancias; realmente aunque estuviese recuperada de la lesión tampoco podría correr la mencionada maratón ni ninguna otra, porque la distancia más larga que he corrido, en mi vida, son los tres o cuatro metros que he perseguido a los innumerables autobuses que se me han escapado cientos de veces. Es decir, mis facultades atléticas se podrían equiparar a las de una marmota en los meses de hibernación.
Aprovechando que hoy han inaugurado un supermercado enfrente de mi domicilio, he pensado que sería acertado un paseo hasta el mismo. El trayecto ideal, unos cincuenta metros, sin obstáculos ni barreras arquitectónicas.

Me he vestido unas cómodas prendas sport y me he acercado hasta allí. 
Había mucha gente y el centro era de dimensiones medianas. Como me da vergüenza entrar en un comercio de esas características, (sí, tengo este tipo de vergüenzas absurdas), y salir sin comprar nada, he pensado comprar una barra de pan de avena. 
Hallándome, en modo espera, en la cola de la caja, una larga fila completada por siete señoras y yo, se ha producido un percance.
Ya tenía sólo a dos clientes delante de mí para alcanzar mi objetivo: abonar la barra de pan.
La cliente que se hallaba en primera línea de caja extraía sus productos del carro con gran celeridad. Observaba su quehacer por encima del hombro de la señora que se encontraba en medio de ésta y yo.
Repentinamente un surtidor de cerveza Heineken ha brotado sin ninguna remisión de entre las manos de la hacendosa "vaciadora" de carros de la compra, rociando el cabello, cara, cuello y pecho de la señora "medianera". 
¡La que se ha armado!
La "surtidor de cerveza", azorada ha pedido disculpas inmediatas a la "bautizada en cerveza", pero ésta última, alegando que se acababa de duchar y que no podía regresar a su casa porque tenía que ir a comer con unas amigas, y no disponía de tiempo. Y que iban a pensar sus amigas con esa peste a cerveza que expelía y que cuán torpe era la señora "surtidor de cerveza", la cual estaba terriblemente consternada y ya no tenía argumentos para rogar por el perdón de la "bautizada en Heineken".

La intransigencia de la "bautizada en cerveza" me ha resultado tan intolerante que he salido en defensa de la "surtidor de cerveza":

      -Señora, por favor, cálmese usted. Ha sido un desafortunado accidente. Además no es para tanto. Si sus amigas le conocen no la van a tachar de alcohólica mañanera......., (y como no me puedo callar nada), a no ser que tengan motivos para hacerlo y usted le dé al pimple...... , y por ello está tan nerviosa.... .

      -Sí será sinvergüenza la metementodo esta, acusándome de..... , cállate tullida que te doy con tu propio bastón.

      -¡Oiga señora! No sea agresiva, parece que ha desayunado un tazón de balas, ¡ay qué ver!

La cajera no sabía donde meterse, con un gran trozo de papel en la mano, intentaba limpiar la caja por un lado y ofrecer celulosa a la bautizada para que se secase.

Finalmente ha venido el guarda de seguridad. La pobre "surtidora de Heineken", ha terminado llorando, la bautizada ha terminado haciéndome un corte de mangas y yo he terminado SIN el pan.

Sí ya digo yo, esto me pasa por ser una sentimental JUSTICIERA.


                                                                   © Fátima Ricón Silva

lunes, 8 de diciembre de 2014

LOS STILETTOS DEL DESEO por Fátima Ricón Silva

                                                   


LOS STILETTOS DEL DESEO
                                             



                                                     


   Fui durante dos años enfermera de “pin y pon” o de “pon y pin”, es decir, hoy te pongo y mañana te quito, hasta que me asenté como enfermera de “pon”, definitiva, en el Hospital Intermundis. Años han transcurrido desde que ejerzo mi actividad laboral en este lugar.
     
¡Ya son las tres de la tarde! estoy dando carpetazo a la jornada laboral. Todos los días el mismo turno, por las mañanas. Una auténtica privilegiada, siendo enfermera como soy, estoy exenta de los cambios de turno porque tuve mucha suerte, mucha, mucha suerte. Me ayudó mi fantástica habilidad para aprender idiomas, domino el francés, inglés, ruso, griego e italiano. Y por el carácter internacional del hospital es necesario que algunas compañeras y yo trabajemos por la mañana para atender los ingresos, que siempre se conciertan en ese horario, y practicar las curas a los pacientes extranjeros. Enfermeras políglotas y refinadas. Así somos.

Mi trabajo como enfermera en el Hospital Intermundis me reporta muy buenas experiencias. 
Es un hospital privado, pequeño y elitista radicado en el centro de Madrid. Los pacientes habituales a los que atendemos son miembros de las casas diplomáticas, sus familias, políticos, artistas y personas con gran capacidad económica.
Estamos saturados de trabajo. Por ello no me aburro. No. Al contrario tengo normalmente mucho que hacer y poco tiempo para desaprovechar. Y hago, a parte de las funciones intrínsecas de la enfermería, diversas funciones de relaciones públicas.

Trabajar con este tipo de personajes me ha condicionado en varias ocasiones porque a menudo son caprichosos y exigentes, inconscientes que piden auténticas barbaridades, creyendo que somos sus sirvientes en lugar de sus cuidadores. Sin embargo algunas situaciones desencadenadas por mí misma me han reportado mucha satisfacción. Cómo esta que os voy a relatar.

Mi vida personal es muy normal y común. ¡Vamos la de cualquier mujer madura trabajadora por cuanta ajena! Estoy casada y tengo dos hijos adolescentes. Un par de varones, o queriendo ser ordinaria, dos pares de cojones a los que las hormonas tienen totalmente descontrolados. Antaño eran unos deportistas increíbles que se han transformado en una pareja de desalmados que no hacen más que pedir dinero y salir de juerga. Pero a pesar de todo siguen respondiendo bien en el instituto y van cumpliendo con buenas notas sus responsabilidades como estudiantes. Actualmente no les exijo mucho más. ¿Qué les puedo pedir? 

El otro varón que acompaña mi vida, mi marido. Un pobre hombre, o queriendo ser ordinaria, un calzonazos, aburrido y muy trabajador. Un señor que hace bastante tiempo que se le olvidó que tenía que vivir, y que se deja llevar por la apatía y el desencanto sin hacer nada para cambiarlo. Un gusano encantador con pocas aspiraciones o ninguna. Un bendito maduro.
Somos como dos hermanos bien avenidos. 
Vive y deja vivir, es nuestro lema. Y así lo hacemos. Vivimos nuestras vidas paralelas. Unidos pero sin interferencias entre ambos.



   Esta tarde tengo que ir a recoger unos zapatos de una paciente del hospital.
Me he ofrecido para hacerle el encargo. Está ingresada en el centro hospitalario debido a que le han extraído un nódulo de grasa que tenía en una muñeca. Mañana le dan el alta y va derecha a cumplir un compromiso muy importante en una embajada.  Es la esposa de un diplomático. Cuando estaba practicándole las curas se hallaba preocupada recordando que había mandado traer todo lo que precisaba para acudir al evento: el vestido, el clutch, incluso una peluquera-maquilladora había sido citada en la clínica para que la arreglase, pero los zapatos aún se encontraban en la zapatería porque eran unos exclusivos stilettos que llegaban hoy de París, y había olvidado dar la orden de recogerlos a su asistente doméstico.

Mientras yo solícita le curaba, a pegado un respingo en la cama, y alarmada le he preguntado:

   -¿le he hecho daño?

   -No, disculpe, es que acabo de recordar algo importante, necesito telefonear urgentemente.

   -Pero qué le ocurre, quizá le pueda ayudar, -me he prestado solícita.

Y es cuando ha mencionado el tema de los zapatos.

En ello, iba a coger el teléfono para llamar a su ayudante y yo le he interrumpido:

   -no es necesario, no le llame, yo misma se los recojo y mañana cuando venga a trabajar se los traigo. 

   -No es necesario que se moleste, llamo a Rigoberto y le indico que vaya a buscarlos y los traiga al hospital.

   -De verdad, no es ninguna molestia. Tengo que ir al centro hoy y lo haré encantada.

   -No quiero importunarla, es usted muy amable, Carlota. 

   -No supone ningún inconveniente.

   -Gracias, se lo agradezco.

   -No tiene porque agradecer nada.

   -No tiene más que indicar que va a recoger los zapatos de la señora Williamson, y se los entregarán sin ningún problema. Buscó en su cartera y me entregó una tarjeta con la dirección de la tienda.

   -Bien, mañana tendrá aquí sus zapatos.

   -Gracias. Es usted tan atenta.

   -De nada señora Williamson.

Me despedí para continuar con la ronda matutina.



Al salir del hospital una bocanada de calor agrio me golpeó el rostro. Hacía un día muy caluroso. El ambiente estaba impregnado de un polvo seco que rascaba la traquea al respirar. Rápida me he dirigido al parking del hospital en busca de mi automóvil. Deseaba poner el aire acondicionado.
Había comido un frugal almuerzo en la sala de enfermeras y no necesitaba parar para comer, por lo que decidí ir directa al centro. 
Fui a la peluquería y cuando terminé me acerqué a la prestigiosa zapatería de lujo a recoger los zapatos.
La tienda era magnífica. Un amplio espacio de superficies blancas, brillantes, con pequeños anaqueles en los que se exhibían, como si fuesen obras de arte, los zapatos. Los precios no se divisaban por ningún sitio, ¿pero que demonios le importaba el importe de unos zapatos a los clientes que podían costearse un par o varios, en aquel establecimiento?

Las dependientas iban rigurosamente vestidas de negro y con una cola baja recogían sus cabellos. Impecables e impolutas.
Precisamente, en ese instante, se hallaba una señora de edad madura probándose zapatos. Dos diligentes señoritas le atendían, mientras una, arrodillada, le calzaba y descalzaba los zapatos, la otra atenta sujetaba el próximo candidato a valorar y exhibir.
Otra tercera apareció tras una puerta con una copa de champagne en una minúscula bandeja para ofrecérsela a la señora.

Me acerqué hasta el mostrador, un poco asqueada de tanta bobería, y solicité los zapatos de la señora Williamson, mostrando, al mismo tiempo, la tarjeta que me había entregado.
La señorita recogió la tarjeta sin tan siquiera mirarla y girándose se dirigió hacia una estancia. En tres minutos regresó con una fantástica bolsa de tela negra, con el logotipo de la tienda, en cuyo interior se adivinaba un bulto en forma de cubo.
Me acercó la bolsa y esbozando una sonrisa me dijo:

   -aquí tiene usted. Muchas gracias y transmita nuestro saludo a la señora Williamson.

   -De nada, así lo haré, no se preocupe.

Salí de la tienda mirando de soslayo el calzado con los cuales, la potencial candidata a una adquisición, vestía sus pies en aquel momento. Eran absolutamente divinos. Unas sandalias doradas con incrustaciones de cristales tallados  de brillantes swarosvkis, una pequeña joya delicada y distinguida. Sin embargo los pies anchos y “viejunos” de la cliente le restaban belleza y encanto. Las vendedoras cantaban falsas alabanzas profesionales lo primorosas que se veían las sandalias en sus pies. ¡Ahhh, el puro negocio!
¡Qué refinadas lucirían en mis pies, cuidados y perfectos! Jajajaja.

Me sentía cansada y pensé en ir a casa directamente. Tocaba lidiar con mis dos becerros. Hoy, el mayor había tenido examen de matemáticas y seguro que estaría sobre excitado. Los exámenes la alteraban mucho. Pensé en organizar una cena rápida que con toda seguridad les agradaría. Unas pizzas excelentes que, de camino, compraría en una pizzería cercana a mi domicilio. Mi marido no iba poner ningún inconveniente, con tal de llevarse algo al estómago; y yo con una ensalada liviana iba aviada. Algo tengo que hacer para mantener este cuerpo estilizado e impecable que me da tantas alegrías.

Cincuenta años cumplí hace dos meses y físicamente me encuentro estupenda. Delgada, con la carne firme; asidua, como mínimo, cuatro días semanales al gimnasio, bien formada, con unos senos que aún no han sucumbido a la ley de la gravedad y un culito respingón que sé qué es mi punto fuerte. 

Tuve conocimiento de una anécdota curiosa hace unos meses en el hospital referente a mi trasero. Descubrí a un doctor del hospital haciendo comentarios al respecto, y confesando que había sacado una foto de mi trasero una tarde cuando salía de trabajar y yo caminaba delante suya con unos ajustados jeans. Además confesó que la tenía como fondo de pantalla en el ordenador.
Fue divertido escuchar aquella conversación que corroboraba mi sentir y mi parecer acerca de mis nalgas respingonas. 

Psicológicamente también me encontraba bien. Ni los primeros vestigios de una menopausia inminente me alteraban en absoluto.
Cuido mi mente y mi cuerpo con mimo y deleite. Siempre pensé que pasara lo que pasara nunca iba a dejarme caer en la desidia personal ni mental. Y hasta ahora lo estaba consiguiendo. Me quiero muchísimo, siempre lo he hecho. Y no es tarea sencilla, porque no siempre una puede controlar al cien por cien las alteraciones que te regala la vida y afectan sí o sí. Es necesario aceptarse a sí misma para poder amar y aceptar a los demás.

Llegué a casa con la ostentosa bolsa de la zapatería. Mis hijos la miraron un tanto extrañados, mi esposo la ignoró por completo.
Adrian, el mayor me tiró un dardo dialéctico:

   -Mamá, ¿No tendrás un amante que te adule con “manolos” de lujo? En esa zapatería, tan sólo por entrar, tendrías que dejar todo tu sueldo como fianza. 

Le miré desdeñosa. Ya estaba el niño estresado soltando adrenalina inapropiadamente.

   -No cariño, -le azucé con sorna-, mi sueldo, justo sirve para pagar la bolsa que los contiene. Los zapatos espero que me los regales tú con la primera nómina astronómica a la que aspiras. Eso por supuesto cuando finalices los estudios que pago yo, (y subrayé el yo con un gesto de mi dedo pulgar señalándome a mí misma), con mi raquítico salario.

Mi hijo ha enmudecido. Sabe que si él no tiene pelos en la lengua, yo muchos menos. Es un calco mío, mordaz e hiriente cuando lo desea, pero aun es un aprendiz y yo le doy mil vueltas.

   -Para tu información he hecho un examen de sobresaliente, -añadió al transcurrir unos minutos para quebrar la tensión.

   -¡Eso es lo mínimo que te exijo, sobresalientes!, -y salí del centro conflictivo efectuando un chasquido fastidioso con la lengua.

Dejé las pizzas encima de la mesa de la cocina y fui a mi habitación a ponerme ropa cómoda para pasar el fin de la jornada.
Tras cenar en familia, todos abandonaron la cocina de estampida. Como todos los días me quedé sola. Sin embargo esperaba a diario ese momento de soledad. No me importa recoger, sin ayuda, los trastos de la cena. Es el canon que tengo que pagar para disfrutar de ese momento conmigo misma. Ultimamente tengo temas interesantes en los que pensar. De este modo salgo de mi propia rutina, inmersa dentro de la rutina familiar, reviviendo acontecimientos experimentados en los últimos meses. Auténticas aventuras que me hacen sentir más viva que nunca. Sin remordimientos, pues los efectos positivos que me causan no dan lugar a que me auto reproche nada. ¡Qué me quiten lo “bailao”, que bien “bailao” está!

Hace un año y medio que ocurrió por primera vez.

El reloj apuntaba a las doce cuando decidí acostarme.
Alberto, mi esposo, resopla como un cerdo constipado. Le miré con ternura. Todavía le quiero, de un modo especial, diferente al de hace unos años, pero le quiero y le necesito cerca. Además siento un afecto adictivo hacia él. Jamás le abandonaría. Nunca. Le besé en la frente suavemente y me recosté a su lado.
Puse el despertador para las siete de la mañana y dormí plácidamente toda la noche.

Piiiiiii, liiiiiii, liiiiii, el soniquete del reloj me despertó. Alberto ya no estaba a mi lado. Cada día madrugaba más. Pero hoy no había sentido cuando había salido de la cama, ni tan siquiera había  reparado en el bendito beso fraternal con que me obsequiaba todas las mañanas.
Una ducha rápida y me he acercado a la cocina embutida en mi bata de algodón. Mis hijos estaban desayunando y mi desayuno estaba calentándose en el microondas, y las tostadas en la tostadora. Observé mi lugar en la mesa, con la mantequilla y la mermelada que me gustaba, con mi cuchara favorita perfectamente colocada. Es el mimo que me hace toda mi familia a diario: prepararme el desayuno. 

Hoy me he dedicado a acicalarme un poquito más de lo habitual. Me he embadurnado todo el cuerpo con una exquisita crema corporal perfumada y he elegido mi ropa interior con especial cuidado. Un conjunto de satén y terciopelo azul noche, maravilloso y sofisticado. Nunca se sabe que puede pasar. Intuía que podía suceder algo. Conocía el horario que tenía él hoy. Coincidía con el mío, justamente como en las anteriores ocasiones. 

Uno a uno, todos fuimos saliendo disparados a cumplir nuestras respectivas obligaciones.

Recogí los zapatos de la señora Williamson y mi bolso y, me fui a trabajar como todos los días.
El tráfico estaba insufrible y me armé de la dosis de paciencia necesaria para evitar llegar al hospital loca de los nervios. Puse música zen y me dediqué a hacer meditación “in itinere”, es decir, a pensar en las musarañas.


He llegado al hospital tranquila y segura de mí misma. Como siempre. Aunque hoy he sentido un cosquilleo peculiar en la boca del estómago. Un hormigueo placentero e intrigante.

He acudido a la sala de enfermeras a tomar un café antes de cambiarme e iniciar la jornada laboral.
Allí estaban todas mis compañeras con el uniforme puesto y listas.
Unas charlando, otras leyendo el periódico.
Riendo, nos hemos relajado unos minutos hasta que yo las he tenido que abandonar para acudir a los vestuarios a cambiarme.
He entrado en la estancia. Estaba vacía.
He vuelto a experimentar unas palpitaciones en el estómago. Ahora más vertiginosas y potentes. Cuando caminaba por el pasillo he sentido su aroma. Él también ha llegado.
Relajada me he desvestido y he observado mi cuerpo en un espejo de pared de gran tamaño adosado en la pared. El tanga azul noche me sienta divino y el sujetador a juego me recoge los senos con tanta perfección que mis tetas parecen dos esculturas talladas por el mismísimo Miguel Angel. He sonreído internamente ante semejantes cavilaciones. Me quiero tanto ….. . Soy una mujer tan segura de mí misma que incluso yo, a veces, me asusto. Esto no debe ser muy bueno.
Me he puesto la chaquetilla blanca del uniforme y he escuchado un leve ruido proveniente de la puerta. 
Alguien estaba observándome.
Las mariposas revoloteaban alteradas en mi interior. 
He aspirado con fuerza y un tenue aroma a fragancia masculina me ha llegado. Una fragancia familiar.
Un perfume que he reconocido inmediatamente. El perfume que había advertido en el pasillo. El perfume habitual de él.

Alguien miraba, quería ver. Yo me exhibía, quería mostrar.
Auguraba un encuentro salvaje y vibrante. Una aventura ansiada pero no buscada ni provocada explícitamente. Una huida de la monotonía. Un choque pasional entre dos amantes extraños. Una relación que realmente no lo es. Una necesidad mutua de amar superficialmente. Un afán por satisfacernos, mimarnos, sin intereses añadidos. 

He pensado en escenificar una especie de vodevil para provocar al portador de aquel perfume varonil. Voy a ser vedette de mi propio cabaret y de mi propia obra, por unos momentos.
E instintivamente he decidido calzarme los zapatos de tacón kilométrico de la señora Williamson. Aún no me había molestado en curiosear el modelo pero probablemente serían unos ejemplares magníficos. Sarah Williamson era muy de tacones interminables, tacones lejanos como la película de aquel director del que no recuerdo su apellido. Hasta las chinelas que tenía eran con una cuña importante.
He sentido como la puerta se entreabría un poco más. Un resquicio diminuto me dejaba augurar el brillo de unos ojos negros que miraban expectantes.
He tomado los zapatos y he me quedado maravillada ante su extraordinaria belleza. He colocado uno en la palma de una mano y con la otra mano he ido girándolo para percibir su notoria sublimidad. Un par de stilettos negros con un corazón de purpurina roja tatuado en la zona del talón. La suela de color rubí al tono con la decoración del zapato. El tacón fino y largo como el anhelo que bullía dentro de mí en aquellos instantes. De punta afilada, erótica y sugerente. El cuero fino y brillante emitía destellos que me han mantenido unos segundos hipnotizada.
He pasado lentamente la punta de la lengua por mi labio superior, a sabiendas que era observada.
Me he volteado y de espaldas a la puerta he iniciado la ceremonia para calzarlos en mis pies. He elevado con elegancia mi pie. Primero el derecho. Me he inclinado levemente y al doblarme el faldoncillo de mi camisola de enfermera se ha alzado y la parte inferior de mi turgente trasero ha quedado al descubierto.
He escuchado atentamente.
Una serie de inspiraciones entrecortadas, enardecidas por el deseo, me han alcanzado.
Respiración agitada que ayudaba a atizar las brasas de mi deseo creciente.
He cogido el zapato izquierdo y he repetido la operación. Con mucha delicadeza, lentamente. Repitiendo el ritual mi culito ha vuelto a asomar bajo la nívea chaquetilla sanitaria.
Ahora he percibido como se abría la puerta. Como penetraba diligente en la estancia. Y a continuación he sentido como la cerraba y acomodaba el cerrojo para evitar que alguien entrase.
Yo continuaba sin girarme, pero de soslayo he visto su sombra cálida.
Me sentía como una ninfa encima de aquellos interminables tacones que alargaban mis piernas hasta el punto más sexy e insinuante. Y solo pensar en el efecto que produciría mi imagen al “extraño conocido” que me acechaba, me exacerbaba  la libido a cotas imprevisibles.
Mi respiración también se estaba desbocando.
Los primeros signos de apasionamiento iban desmandándose rebeldes.
En unos segundos tenía adosado a  mi trasero el “paquete” del Doctor Nelson.

El doctor Nelson Hilton. Un hispanoamericano afincado en la ciudad. Un hispanoamericano en mi vida. Bueno, en aquel preciso instante, un hispanoamericano en mi culo. He apretado las nalgas hasta dejarlas como dos caparazones de tortuga, pétreas y compactas. Él restregaba su pene por mis glúteos alomados.

Me ha abrazado estrechándome por detrás y, al mismo tiempo me ha estrujado con sus manos los pechos, con turbadora pasión. Amasándolos con cierta rudeza propia del arrebato del momento.
He respirado hondo y he cerrado los ojos. Quería recrearme con aquel encuentro al cien por cien. Como siempre me gustaba hacerlo.

Es el tercer tropezón sexual que tengo con Nelson en un año y medio. Aparentemente casuales, realmente estudiados a través de un diálogo de señales mutuas, con miradas, sonrisas, palabras amables, halagos, y un sin fin de signos no expresos que surgen de modo mágico en la senda de la pasión y el deseo. Porque aquí no hay amor, es una pura atracción descontrolada y el gran deseo de gozar, con el añadido de la casualidad y la causalidad. Un romance carnal en toda regla con el suspense propio de la incertidumbre. Un aquí te pillo, aquí te poseo.

¿Quién no se ha preguntado alguna vez por qué ha actuado de un modo determinado ante una circunstancia, pudiendo o debiendo haberlo hecho de otra manera? Y no ha sido capaz de razonar una respuesta. El raciocinio se esfuma dejando paso a la impulsividad íntima y personal. No tengo ni puñetera idea del motivo por el que he sucumbido a las artes de Nelson. 
Bueno sí, bueno no. Jajaja. Soy una complicada mujer, diría ante semejante titubeo un hombre. Pero siento la confianza de que alguna otra mujer puede comprender esta vacilación de mi pensamiento.
Durante estas cavilaciones liviano-profundas, puesto que mi concentración y mi atención real está puesta en estos instantes en otro lugar, Nelson inicia una letanía de besos suaves y esponjosos a través de mi cuello. Su boca como un escalador de alturas alcanza mi lóbulo y me mordisquea la oreja con delicadeza. Su aliento dulce es expulsado jadeante, revelando su ansiedad erótica a través de sedosos resuellos que rozan mis sentidos explotándolos hasta el no va más. Esos soplos tibios, acariciando mi piel, funcionan como si una pluma me rozase y me producía tal ardor interno que iba a derretirme de un  momento a otro.

Todo este fragor sexual, esta tensión no hacía sino que multiplicar mis deseos de hacer disfrutar a Nelson al mismo tiempo que yo.
Me he contoneado ligeramente y con mis movimientos alevosos y flagrantes iba provocando que el sexo de Nelson se fuera inflamando hasta el punto de estallar. El hilillo de mi tanga, se dejaba acunar por el exultante  pene de Nelson, oculto todavía bajo su pantalón.
Se ha separado sutilmente y he apreciado que bajaba la cremallera de su pantalón. Y ha regresado a mí.
He aflojado los glúteos y Nelson ha aprovechado para jugar más libremente. Ascendiendo y descendiendo delicadamente entre el espacio que abriga mis nalgas.
He agarrado sus manos y le he animado a que prosiguiese sobeteando mis tetas con una mano y he dirigido la otra hacia mi sexo, el cual se fundía, húmedo, complacido por la fogosidad.
Ha apartado hacia un lado la braguita y con sus dedos ha recorrido mi monte de Venus, coqueteando con el sedoso vello de mi sexo. Tras ese devaneo, ha ido descendiendo hasta mi entrepierna y sus dedos han galanteado con mis labios hasta llegar al clítoris, al cual ha obsequiado con una serie de fricciones y caricias que me han llevado al mismísimo cielo.
Emitía pequeños gritos, intermitentes, de pura pasión.
Nelsón, orgulloso, me dijo dulcemente:

   -¿Te gusta? ¿Te gusta? 

No podía hablar, estaba profundamente concentrada y le he respondido con un mimoso “mordisquillo" en una mejilla. La masturbación me ha elevado a una serie de  micro orgasmos continuados.
Pero quiero más. Las cosas no van a quedar así. Quiero mucho más.

Mi cuerpo me solicita que sea ahora yo la que tome la iniciativa y pase a la acción activa. La desidia a la que me había abandonado llegaba a su fin. Iba a ser receptora y donadora de gozo. Me sentía tan agradecida por el placer que terminaba de proporcionarme y quería corresponder. Quería sentir el placer de dar placer. Para conseguir placer regalando placer al otro.

Me he girado e inmediatamente él ha comenzado a quitarme la camisola. La prenda ha caído a mis pies y de una ligera patada la he enviado al otro lado de la estancia.
Me ha mirado admirando mis curvas.
Y nuevamente y con gran ímpetu me ha abrazado.
Yo he recibido su abrazo agarrando su trasero con ambas manos y oprimiéndolo con vehemencia le he provocado una divertida y sensual carcajada.
Me he desembarazado de su abrazo con un ligero y seductor empujón y he iniciado el  desabroche de la bata al doctor. Vestía debajo una camiseta blanca que le he arrancado sin vacilación.
Sus abdominales han quedado al descubierto. Le he examinado detenidamente. Magnífico cuerpo, he pensado. 
Un camino de vello oscuro que iba desde su ombligo en dirección a la cintura del pantalón me ha indicado el trayecto que debo seguir para alcanzar el núcleo del deleite. Superfluo indicio, ¡cómo que no sabemos por dónde llegar al pene de un hombre!

El ambiente ha quedado impregnado del turbio e intangible aroma a sexo puro.

Absolutamente ebria de delirio amoroso, he procedido a desabotonar el botón de su pantalón y he introducido la mano bajo su slip hasta alcanzar su miembro viril, hinchado, caliente, duro como un diamante, vivo y travieso. Envanecido por la pasión.
Nelson ha entornado los ojos y con la boca entreabierta ha permitido que los movimientos rítmicos de mi mano le aportasen aun más excitación.
Esta fase del juego se ha prolongado unos minutos. El permanecía laso, dejándose hacer. Relajado. “Disfrutón”.
Se ha dejado seducir de plano.
Su respiración iba siendo cada vez más agitada y pronunciada.
Presentía que no iba a aguantar mucho más.
Con mucha suavidad ha retirado mi mano de su sexo y apartándose ligeramente se ha desprendido de su pantalón y de su ropa íntima.
Le he observado. Su miembro enhiesto, crecido, apuntando hacia mí me invitaba a que me apoderase de él. A que le albergase en la prisión del amor que se situaba entre mis muslos.
Yo seguía en ropa interior y con los stilettos del deseo puestos.
Soy consciente de que estoy más que apetitosa. 
Me ha cogido por la cintura y me ha impulsado con fuerza para que yo pudiese acceder de un salto hasta su sexo. He quedado amarrada a él. Abrazados. Mis piernas le encadenaban rodeando su cintura.
Me ha sujetado por las nalgas con sus grandes manos. Yo me asía fuertemente a su cuello.
Tras un vehemente movimiento, sorteando la tirilla de tela del tanga, su pene se ha deslizado en mi sexo fácilmente. La excitación y el deseo habían hecho su función, lubricando ambos sexos y asegurando una perfecta penetración.
Ha comenzado la danza. Como una lucha personal de cada uno para obtener el éxtasis. Poco a poco la coreografía se ha aunado al compás y, una amalgama, rítmica y conjuntada, de movimientos medidos han fructificado en la búsqueda de la satisfacción sexual mutua.
Acoplados a la perfección íbamos encaminados a lograr el clímax.

En la algarabía del goce un ligero tambaleo ha hecho que casi perdiésemos el equilibrio en plena faena sexual.
Se ha aproximado a una esquina de la habitación y posándome sobre una mesa alta hemos proseguido la dulce y sugestiva gimnasia sexual. 
Embestía una y otra vez, con movimientos cada vez más acelerados y yo respondía al mismo nivel.
Un coro clásico, semi-silencioso inicialmente, de resoplidos, sofocos, gemidos, monosílabos, iba creciendo, descontrolando, conforme la acrobacia erótica se iba agudizando, llegando a mudarse en un desmadrado grupo de gospel en pleno delirio.

Estábamos sudorosos, gratamente sofocados.
Buscando la culminación de aquel encuentro casualmente fortuito pero circunstancialmente esperado y buscado.
Y llegó. El ansiado clímax. El éxtasis. Primero se rompió él en mil pedazos de placer, en mil fragmentos de pasión; y unos segundos después fui yo la que se derritió plena de lujuria entre sus brazos.

   -Sigue, sigue, no ceses de moverte, no pares, ¡Ah!, -le susurré queriendo prolongar el coito.

Nelson obediente continuó su movimiento con una ligera disminución del énfasis.
Yo he comenzado a moverme de nuevo, desesperada por conseguir un tercer orgasmo. He agarrado sus nalgas para dirigir el movimiento de sus caderas a mí exclusivo gusto. Estoy tan caliente que ha llegado inmediatamente y de improviso, como llega siempre por sorpresa, cuándo menos lo esperas, cuándo más lo esperas.
He exhalado un suspiro de inmenso placer y le he arañado la espalda como una felina demente. Pretendía que el dolor físico de los rasguños le reactivase para que pudiese y quisiese seguir arremetiendo contra mí para lograr mi satisfacción por cuarta vez.
No ha podido ser.
Estaba agotado sexual y físicamente. Me había cargado en brazos al empezar la función y había hecho un notable esfuerzo.
Le he abrazado tiernamente.
Sin embargo he seguido contoneándome, mimosa, melosa y restregándome contra su miembro otrora hinchado de placer, ahora flácido también consecuencia del placer.
Me ha mirado a los ojos.
Le he sonreído y he rozado mis labios con mi lengua, ansiosa.
Él ha comprendido.

   -¿Quieres más, viciosa?

   -Sí, -he susurrado embriagada de deseo-, sí.

Me ha acariciado la boca con un dedo, bordeando el contorno de mis labios rojos y apetitosos. Me ha introducido el dedo en la boca y yo, con lascivia, lo he lamido.
Ha ido descendiendo lentamente ese dedo húmedo por mi cuello, mi pecho, mi vientre y cuando iba a llegar a mi sexo, se ha dejado caer y arrodillándose ha sumergido su boca en mi sexo. Iniciando un vendaval de succiones, caricias, lametones y centrándose en el clítoris hasta que he vuelto a sentirme entre las estrellas y me he convertido en parte de todas las constelaciones otra vez.
Agotada me he dejado caer a su lado. Abrazándole.

Seguimos abrazados unos minutos más.
Nos levantamos llenos de caricias.
Nos besamos. Unos besos húmedos que representaban la rúbrica del éxito del encuentro.
Nuestras lenguas se rozaban, se entrelazaban, se peleaban por agradar. Nuestros labios se adherían como si tuvieran unas piedras de imán en su interior.

Hemos ido deshaciendo el abrazo lentamente. Como si no deseáramos quebrantar aquél delicioso y furtivo instante.

Yo seguía imponente con los stilettos del deseo calzados y me sentía como una madonna lasciva.
Nos hemos distanciado treinta centímetros, y frente a frente, hemos mirado en el fondo de nuestros ojos, agradecidos por lo que acabábamos de vivir, por lo que nos habíamos ofrecido y regalado recíprocamente.
Nos hemos alejado un poco más y me ha mirado de arriba a abajo.
Ha esbozado una sonrisa franca y abierta y me ha dicho en un tono susurrante:

   -Bellísima. Y los zapatos hermosos y maravillosos. Te hacen aún más deseable.

Me he sonrojado levemente. No precisamente por el piropo que me acaba de dirigir, sino porque los zapatos no eran míos y me había apropiado de ellos y los había utilizado temporalmente. 
¡Sí los stilettos hablaran! La señora Wiliamson se escandalizaría, o tal vez no.
Me ha tomado una mano y me ha alentado a rotar sobre mi misma para contemplar mi cuerpo.
Yo coqueta me he girado con gracia y he levantado un pié mostrando la parte del talón del zapato, coronado por un primoroso corazón rojo.

   -Absolutamente adorable, -confirmó con convencimiento.

   -Gracias Nelson, -le contesté-, ¿No crees que debemos vestirnos? Nos van a descubrir. Tenemos que ir a cumplir nuestras obligaciones.

   -Sí, somos un par de temerarios viciosos y disolutos, -dijo risueño.

Me cubrí la cara con las manos fingiendo un rubor que no sentía.
Y reímos al unísono.

Nos vestimos presurosos.

Me descalcé los zapatos y Nelson cogió uno y le plantó un sonoro beso con gracia.
Ambos soltamos otra carcajada distendida.

Antes de despedirnos le formulé una pregunta:

   -Nelson, tengo una curiosidad,¿todavía tienes mi trasero de salva pantallas?

Soltando una gran carcajada contestó:

   -¿Y tú como sabes eso?

Me mantuve silenciosa con el gesto interrogante.

   -Sí, -me contestó-, y después de este encuentro por siempre y para toda la eternidad..

Y guiñándome un ojo, me plantó una palmadita en el “pompis" y se marchó, no sin antes vigilar cauteloso que no hubiese nadie por allí.

He recogido los zapatos y los he limpiado con un paño suave.
Los he contemplado con aprecio antes de devolverlos a su caja. Los he cogido entre mis manos asidos por los tacones y mirando los caprichosos corazones con arrobo también los he besado y añadido:

   -Gracias stilettos del deseo. Habéis sido el fetiche perfecto para la ocasión. Sois divinos. Espero que viváis momentos tan felices con vuestra auténtica propietaria como conmigo. Y mi agradecimiento también para la señora Williamson, por supuesto.

Y salí precipitada hacia la habitación de la mencionada señora para entregarle los stilettos del deseo sin más dilación.

Soñando con el próximo encuentro…… . Y evocando la aventura recién experimentada para recogerla en el historial de mi solitaria rutina doméstica. Un nuevo fascículo que me alimentará con su recuerdo.






                            © Fátima Ricón Silva



TE ENCONTRÉ por Fátima Ricón Silva

                                                             


                                                                TE ENCONTRÉ



TE RECONOCÍ ENSEGUIDA,

POR LA FORMA DE TU CORAZÓN,
REFLEJADO EN TU MIRADA,
IMPRESO EN TU SONRISA.
DESCUBRÍ MI REFLEJO.



                                                © Fátima Ricón Silva




domingo, 7 de diciembre de 2014

LAS COSAS DE RACHEL por Fátima Ricón Silva, SI ME DUELEN LOS OVARIOS, ¡ALÉJATE!

                                     


                                         SI ME DUELEN LOS OVARIOS, ¡ALÉJATE!


Para dejar descansar a mi madre, he hecho un esfuerzo y he dormitado a su lado hasta que la he escuchado levantarse sigilosamente.

Me estoy muriendo de ganas de ir al baño a orinar, de ganas de beber un litro de agua fría, de ganas de tomar una ducha, (aunque sea sin maromo), y de ganas de tomar un analgésico, porque me duelen los ovarios a moriiirrrr y la cabeza.

Me toca la regla y mis reglas son como si mis óvulos se perfumasen con una mezcla de pimientas picantes mejicanas, o como si me hubiese introducido en mi aparato reproductor femenino un cactus plagado de púas. Y obviamente este dolor pélvico insufrible me pone de una mala hostia .... .

Bueno me voy a levantar, ya aguantaré el chaparrón de mi madre. ¡Total! ¡Qué tengo que perder! Ya lo tengo todo perdido. Bonito día me espera, resaca, dolor menstrual y la compañía de mi madre, tocándome las "pachinchis", desde primera hora de la mañana.

Voy a intentar por lo menos llegar al baño sin que se entere, con la ayuda de un bastón que alguien trajo a mi casa alguna vez, y dejó olvidado.
Así tengo unos minutos de tregua, de recuperación. Me auto aplico los auxilios primarios básicos hasta que lleguen los servicios paramédicos maternos. Auxilios tales como: una ducha con agua calentita, (sentada en mi silla acuática, por supuesto), que es un alivio para los dolores premenstruales y cojo del botiquín, e ingiero, un analgésico para que vaya haciendo efectos previos. De este modo me encontraré con más ánimo y fuerza para aguantar el rapapolvos materno.

Me levanto con mucha cautela, silenciosa, confiando que los ruidos de la cama sean los mínimos posibles. A pesar de la lentitud y sutileza de mis movimientos, los dolores conforme me voy incorporando se multiplican por mil.
Punzadas traicioneras me rejonean la cabeza y los ovarios hostigándome con un ¡OLE, OLE Y OLE!,
y sin poder evitarlo emito un:

   -¡Ayyyyyy, "mecaguenmisdolores.com", (es mi página web personal de hoy), y me dejo vencer cayendo como un fardo de nuevo en la cama.
 El estruendo es colosal y en treinta segundos aparece mi madre gritando:

   -RACHEEELLLLL, ¿qué coño haces? ¡Te vas a caer, jodida!

Con una sonrisa forzada, me quedo tirada en la cama y pienso:

"me dejaré hacer y que sea lo que Dios quiera, a ella no debo mandarla a freír espárragos. A seis hijos ha criado y a mí me sigue criando. Aunque ella también sabe que cuando a Rachel le duelen los ovarios lo mejor es alejarse. ¡Buena es ella también!"

Todo me pasa por ser una sentimental CAPULLA.

sábado, 6 de diciembre de 2014

LAS COSAS DE RACHEL por Fátima Ricón Silva, RACHEL DUERME ACOMPAÑADA.



                                              RACHEL DUERME ACOMPAÑADA




La oscuridad fluorescente de la iluminación callejera penetra por las ranuras de las persianas semi abiertas de los ventanales de mi habitación. Ventanales que utilizan mis plantas para suicidarse y despegarse de mi vida.

Es noche cerrada todavía.

La quietud del alba me enternece, ese renacer del día, el florecer de una nueva aventura de veinticuatro horas, la inigualable lucha de volver a empezar cada jornada, esperar que ocurra algo o no esperarlo, la frescura de las horas vespertinas que nos descubren como nos vamos sintiendo......, ¡una mierda, vamos!...., otro puto día que pasaré en casa, colgada del ordenador, viendo la tele y probablemente sin ninguna visita, a excepción de la de mis padres.
Por lo menos enviaré a mi padre a buscar el cargador del móvil para recuperar una parte de mi vida social.

Tengo la lengua más seca y rasposa que una lija del número ocho. Los efectos del cava que me traen loca, jajajaja.

Escucho los sonidos de mi vecino al ducharse, el "clonk" del difusor de la ducha cuando golpea contra la pared. Debe ser un bruto y lo debe dejar caer cuando se enjabona y choca contra el azulejado emitiendo un ruido, entre metálico y romo, difícil de describir. Normalmente es mi despertador natural. Ahora sé que son las cinco de la mañana.

¡Qué temprano!

Me relajo y me estiro como una gatita consentida y....... ¡ohhhhhhhh! el afán de relajar el atrofiamiento muscular  se ve frenado por una piernaaaa. ¡Alguien está a mi lado! Como si me hubiera dado una descarga eléctrica me alejo hasta la otra esquina de mi amplia cama.

Me quedo tensa, helada..... . Ayer después de "endiñarme" la botellita de cava, ¿Qué pasó? ¿Quién vino? ......, mi vecino no es, que le he escuchado ducharse en su casa.
Paralizada como estoy por el terror, intento escuchar, y una tenue respiración pero intensa, propia de una persona que está profundamente dormida llega a mi intelecto.

¡Ay, por Dios, ay, ay, ay!

Me da pavor girarme e, intentando ser positiva pienso:
"Hoy voy a tener a alguien que me diga buenos días, voy a desayunar acompañada, me puedo duchar escoltada por un maromo de infarto. ¡Qué demonios!"

Respiro con vehemencia y esta bocanada de aire me da valentía para girarme y descubrir de quien se trata.

Vuelvo el rostro con sigilo y:

   -¡Mi madre! ¡Qué sorpresa!

Sí, sí, mi querida madre, hecha un ovillo, descansa plácidamente a mi lado.

Probablemente al llegar ayer y encontrarme durmiendo la caraja, decidió quedarse conmigo por si acaso. ¡A ver si me voy a caer en mi estado etílico y ademas en modo esguince!

¿Desilusión?

¡Vaya pregunta! ¡Claro! Mi ducha con un escolta masculino al garete.

Esto es lo que le pasa a una sentimental equivocada.

jueves, 4 de diciembre de 2014

LAS COSAS DE RACHEL por Fátima Ricón Silva, RACHEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA........ WHATSAPPS





RACHEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA........ WHATSAPPS


La tercera copa y el quincuagésimo brindis, casi a una media de tres por sorbo de champagne.
¡Ahhh, no!!!! ¡ que es cava! Y los puristas se me pueden enojar.

He brindado por todo, por los gatos de mi amiga Sandrita, por la barba de mi padre, por la venda de mi esguince, por los buenos días que nadie me da, por los polvos que me he perdido, por todas y cada una de las burbujas que contiene la botella de cava, por la lluvia cojonera que golpea los cristales, por mi puñetera mala suerte, por todos mis enemigos y algunos de mis amigos, por mi estómago vacío.

La cuarta copa..., me estoy calentando, siento calor en las mejillas. No tengo tanto frío y me destapo un poco más.
Una nube de buen rollo se va posando encima de mi cabeza. Tengo ganas hasta de bailar.

¿Qué hora será?

Miro de reojo la botella. Queda en su fondo otra copa escasa.
Ahora me arrepiento de no tener otra de repuesto a enfriar.
Si fuera así me la tomaba sin pensar, encadenándola con la primera.
Con un poco de suerte cuando lleguen mis padres estaré durmiendo la mona.

¡Vaya hija!

Retomo la botella y escancio alegremente el líquido final en la copa, completando dos tercios de la misma.
La miro, contoneando la copa como una señorita de alterne buscando lío, y las burbujas descocadas enloquecen.
¡Qué monas ellas! Tan redondas, tan libres, tan brillantes,
¡Ala, para adentro! Ahora sin brindis y de un trago.

¡Qué ascooooo! Ya no me sabe bien,  es un tragar alcohol para no tirarlo por el inodoro.
Jajajaja, sí, sí, tirarlo.

Poso la copa en el suelo y poniendo las manos sobre mi regazo, observo mis uñas recién arregladas esta misma mañana. Exquisitas a pesar de mis dedos amorcillados.

La vena que exalta la amistad en momentos etílicos, está engordando.
Quiero decir a todos mis amigos y amigas, todo lo que les quiero, aunque apenas media docena se ha interesado por mi estado de salud. Pero, ¡cuánto los amooooo y los necesitooooo!
No voy a dejarme coartar por esa menudencia, de la desatención de la mayor parte de ellos.
Me voy ha hacer un selfie y lo voy a enviar por whatsapp al grupo, con un mensaje maravilloso y entrañable. Probablemente me lloverán las respuestas de todos ellos, y así los que no sepan que estoy lesionada se enterarán, e igual mañana vendrán a casa a visitarme en masa.... , ¡¡¡ay que joderse lo idiota que soy!!!
Pero a pesar de ello lo voy ha hacer. Quiero que me escriban, que me envÍen whatsapps.

Cojo el móvil y empecinada intento encenderlo.

¡Mierda!
Está sin batería.
No pasa nada lo pongo a cargar inmediatamente y listo.

Las burbujas del cava me formulan una pregunta:

-¿Dónde cojones tienes el cargador?

Y yo les respondo:

-En el cocheeeee....... . ¡¡¡Arrrrggggg!!!

¡Qué alguien infle uvas para mí y mi cava!

Es lo que tiene ser una sentimental DESPISTADA.




miércoles, 3 de diciembre de 2014

LAS COSAS DE RACHEL por Fátima Ricón Silva, RACHEL, RACHEL, RACHEL






RACHEL, RACHEL, RACHEL


Hoy me siento triste, serán los efectos del confinamiento obligatorio, el aburrimiento excedente, las horas que están paralizadas o la lluvia que no dejo de escuchar tras los vidrios empañados por el vaho, o la llegada de las temidas navidades. O esta dependencia transitoria... .

Todo este conjunto de "maravillosos" momentos me incita a sacar la botella de champagne que tengo en el frigorífico para casos de emergencia. Y hoy se dan las condiciones óptimas para descorcharla.

Pero que pereza levantarme de la cama.... .
Hace frío ahí afuera.
Este piso es tan húmedo.

Además más tarde vienen mis padres a prepararme la cena y a acondicionarme para pasar la noche. Consecuencias de ser una "esguinzada" profesional. Es el octavo esguince en mi vida.
¡Ya podía ser el octavo novio! ¡Ya!

Entorno los ojos para evitar mirar un segundo más el tedioso techo de mi habitación.
Unos instantes.
Y me incorporo.
Abro los ojos y sin reflexionar más me levanto de la cama y a la pata coja me voy hasta la cocina.
Me apropio del oro líquido espumoso y una copichuela modelo flauta champanera de cristal de bohemia,  y regreso a la cama con buena compañía.

He pensado que hoy toca juerga. Sin compañía.
Dicen que beber sola no es bueno... , ¿Y dormir sola? ¿Y comer sola? ¿Y trabajar sola? ¿Es bueno o es malo?
Anda y que les den a los puritanos, demagogos y a los de la liga antialcohólica.
¡Hoy me emborracho!
Porque yo lo valgo.

¡¡¡¡SALUDDDDD!!!!









lunes, 1 de diciembre de 2014

LA PUERTA DE EMERGENCIA por Fátima Ricón Silva.






  LA PUERTA DE EMERGENCIA

       Un espléndido sol decora la tarde, sin embargo, su brillo exultante no se corresponde con la tibia calidez con la que debiera acariciar los rostros errantes. Una manta de frío viento del norte mengua el poder abrasador del astro rey.

Estoy sentada frente al antiguo edificio de la biblioteca municipal, un vetusto inmueble de ocho pisos de los años setenta con amplios ventanales. Me hechizan sus ventanas, sobre todo las que se ubican en el último piso que han despertado una fascinación especial en mí. Sus reflejos verdes metálicos me han atrapado y no puedo apartar la mirada.

El contacto de mi cuerpo, cubierto tan sólo por una fina gabardina, con la superficie helada del banco despierta el vello alojado tras mi nuca que se eriza como la cola de un urogallo altanero. Me atuso el cuello de la prenda abrigando mi desamparo. Estoy desnuda bajo mi viejo gabán beige. Sí, desnuda.
Entre mis manos retoza un "sobrecito" de azúcar que encontré en el fondo de uno de los bolsillos de la prenda que envuelve mis temores y mis deseos. Lo hago rotar entre mis dedos, nerviosa, una y otra vez y, con frecuencia, por enésima vez leo y releo la breve mención que está escrita en su reverso: “La vida no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla”. 
El café al que endulzaba esta mentira lo degusté hace mucho tiempo. Cuando leí esta cita  ratifiqué mi gran dilema, puesto que yo siempre quise comprender la vida, entender qué hacía yo aquí, averiguar porqué detestaba el hecho de haberme obligado a nacer, indagar la razón por la cual desde que me engendraron mi único objetivo, como el del resto de los mortales, es dejar fluir el tiempo hasta que lleguemos a la parada donde la muerte nos está aguardando. No deseaba vivir sin comprender, tampoco quería comprender para vivir, quería comprende mi sin vivir.

Nací con mala hostia. Me crié huraña y solitaria. Actualmente con veintiocho años y a punto de finiquitar mis estudios de medicina, discerní que tenía que clausurar mi historia.
Siempre había cerrado las puertas que atravesaba, temía que al dejarlas abiertas una cadena de recuerdos, experiencias y comportamientos cosidos con los hilos de la existencia me zurcieran las ganas de comprender. Me sobraban los lastres, perpetuamente anduve ligera de contenidos e hice lo que me dijeron que tenía que hacer. Había mostrado al enjambre que pululaba en torno a mi persona que si quería podía simular que vivía. Estudiaba, hacía deporte y leía, fingía que me interesaba por los derroteros que acontecían en el mundo y sus pobladores, cumplía los cánones impuestos por la sociedad y la familia. Se me pegaron al pellejo, como un engrudo, las normas a respetar.
Mis relaciones sociales eran tan precarias y escuetas como indeseables por mi parte.
Todos los que decían quererme se acomodaron a mi carácter singular y a mi rígida forma de ser.
Ayer por la tarde me examiné del último examen de la carrera, con unos rendimientos universitarios soberbios, como es habitual. Los óptimos resultados académicos que esperaba obtener eran un legado para mis padres: alumna cum laude en Ginecología y Obstreticia. Paradójicamente frente a mi desidia ante la vida estudié la carrera de las bienvenidas a los nuevos seres, de la apertura de futuros. Un capricho de mi mente retorcida y desahuciada.

Y aquí sigo, con el trasero helado y manoseando el sobrecito de azúcar. Mirando la fachada de la biblioteca.
Me decido por la ventana central del último piso, es las más amplia, de doble hoja cuarteada por media docena de vidrios cada una. Parece una cómoda y fiable puerta de emergencia. 
Ahora me asaetean dudas, pero dudas superfluas y descabelladas. ¿Por qué no me he puesto ropa interior? Quizá este gesto excéntrico sea una extravagancia. Pero necesito esa desnudez que me reconduce al origen, al principio de todo, al día de mi nacimiento.
Reparto las fuerzas por mis extremidades, y estrujando el cinturón del gabán lo ciño hasta lo impensable en mi menuda cintura, incorporándome y dirigiéndome a la puerta de entrada de la biblioteca.
No tomo el ascensor, subo andando hasta el último piso. Quiero dilatar el momento, saborear los preliminares de la ceremonia para recobrar mi voluntad. Llegada a la última planta observo tres puertas abiertas que conducen a tres salas de lectura, penetro por la central y precisamente enfrente descubro el ventanal que pretendo.
No hay nadie. Es muy temprano. Estaba premeditado, había comprobado en numerosas ocasiones que a primera hora de la mañana se indigestan los autores clásicos, los cuales forraban las paredes de aquella estancia aposentados en docenas de anaqueles deformados por el peso. 
Atravesé el espacio que distaba hasta la ventana y miré a través de ella. Un exiguo conjunto de  personas caminaba por la acera, sin rumbo, con prisas, consumiendo el tiempo para llegar al final. 
Desanudé el cinto de mi gabardina y ésta se deslizó hasta mis pies, acariciando mi despecho y el ansia de llegar a la meta, mi meta.
Abrí la ventana. El pasador estaba herrumbroso y se encasquilló. Forcé el travesaño y con un sonido desafinado y un aroma ferroso logré desaprisionarlo de la atrofia que lo paralizaba. Descubrí ante mis ojos el paisaje de la excarcelación, el camino para la huida. Exploré escrutadora mi puerta de emergencia vital.
Me encaramé al alféizar y temblando de emoción me lancé al vacío.

El regalo de la vida que nunca quise aceptar lo restituía. Desnuda como vine, partía. ¿Egoísmo? ¿Cobardía? No. No simpatizaba con la obligación de vivir sin querer vivir. Nunca padecí ningún tipo de trastorno psíquico. ¿Acaso no es una forma honorable de evadirme de esta situación dolorosa y lacerante? Es un procedimiento limpio de alejarme de una vida que ni sé, ni quiero saber manejar. No buscaba dejar de sufrir puesto que no sufría y provoqué mi propia muerte para llegar antes. Como salida de emergencia.
Me fui porque quería irme. Sin más. Sin existencias depresivas ni tendencias suicidas.
No lo hice antes porque cuándo era niña pensaba que después de estar muerta iba a despertar y seguir viviendo, que era como echarse una siesta. Esperé. Aguardé hasta que arribé a una encrucijada de caminos e ignoraba cual tomar.

Un golpe sordo me fracturó el pensamiento. Mi cuerpo desmadejado se quedó cubriendo el empedrado del pavimento. Las personas se arremolinaron a mi alrededor. Escuchaba retazos de conversaciones, pasos,  prisas, primeros auxilios, nervios, llamadas...... , atormentada intenté decirles que no se ocupasen ni se preocupasen por mí. Que cesaran en sus intentos por hacerme sobrevivir. Mas no podía hablar. 
Esgrimí una sonrisa de triunfo. Presentía que sucumbía.
Dejé de escuchar. Me olvidé de mirar. Completé mi último suspiro, transparente cual una despedida sedosa, regocijándome en la propia maestría por acabar. Dejé mi sentir adormilado en una penumbra exquisita que me envolvía y me sedaba.
Como una luciérnaga hembra me iluminaba para atraer la muerte para que copulara con mi espíritu y me arrastrase a su lecho.
Se acabó esta calamidad tóxica que jamás codicié. 

Encaminada.

Una fosforescencia cegadora me llegó desde un letargo apático. Estaba muerta. Por fin.
Escuché voces y entre abrí los párpados levemente. Una lámpara blanquecina me sacudió el ánimo. Una lágrima seca, de derrota, me abrasó el aliento que todavía me quedaba.

Fracasé. 

Ahora deberé aceptar la sentencia y continuar la senda penosa de la vida y elegir alguno de los caminos.

La puerta de emergencia no tenía salida. Tampoco tenía entrada era tan sólo una abertura cerrada, un paso ciego, una ratonera como la vida misma.



© Fátima Ricón Silva.