domingo, 19 de agosto de 2012

IMÁGENES DE VIETNAM.

Una pequeña selección de nuestras vacaciones en Vietnam y Camboya.
Bonito marco.


Remando con los pies en el poblado de Van Lam.

Pañuelos hechos en telares manuales.

La tienda del barrio.

Arrozales

Sorpresas hermosas.

Aquí debajo hay una bicicleta.

Engalanada el día del mercado semanal.

¿Alguien gusta? Vísceras hervidas.

Sopa de pollo con fideos de arroz.

¡Ummmmm qué rico!

Peluquería ambulante, la moto sirve para apoyar el espejo.

Valle de arrozales.

Gusanos frescos para consumir, ¿deliciosos?

Pescado vivo, ponían unas mangueras alimentadas con un generador que les proporcionaba oxígeno para mantener vivos a los peces. Una pasada tecnológica.

Carnicería, la trazabilidad, las normas higiénico sanitarias, la temperatura, etc.....,  inexistentes.


Mujeres de Sapa.


miércoles, 15 de agosto de 2012

La niña de Sapa

La niña de ojos vivarachos y a la derecha Sham.

Sapa, Vietnam. Agosto 2012.
Cualquier ocasión, lugar o situación me puede proporcionar una lección simple pero necesaria.
Muchas veces he pensado y dado por hecho que puedo hablar en mi idioma delante de otras personas, que sé de ante mano, que no entienden absolutamente nada de la lengua en la cual me estoy expresando. Grave error por mi parte y un descuido mayor si se trata de un niño el que escucha mis palabras.
Este verano, en Sapa (Vietnam), he vivido una situación que me rompió el alma, provocada por una negligencia inconsciente mía.
En la aldea Ta Van, entre arrozales y un calor húmedo aplastante, decidimos tomar un refresco durante un largo paseo por la zona. A la entrada del lugar, una palapa con techado de palmas, desprovista de paredes por las que discurría un ligero frescor se encontraban un enjambre de pequeñas niñas ansiosas de vender sus brazaletes de hilo y alguna que otra chuchería más. Las niñas insistían, perseverantes y machaconas, para que le efectuásemos una compra. El guía que nos acompañaba nos recomendó no comprar nada porque en caso contrario no nos dejarían tranquilos durante nuestro discreto reposo refrescante; mejor hacerlo al marcharnos.
Elegimos unos refrescos de lata recogidos en una rudimentaria y pequeña cámara frigorífica.
Decidimos sentarnos en unas bancadas de madera que además nos ofrecía unas vistas espléndidas al valle cubierto de arrozales y al río que serpenteaba justo a nuestros pies.
En todo momento media docena de niñas pegados a nuestros talones nos suplicaban que les comprásemos algo:

      "-please miss, one brazalet, please...."

Y continuamente la misma cantinela.
De entre todas las niñas había una con los ojos muy vivos y brillantes que me miraba fijamente a los ojos cuando me ofrecía su mercancía. Abrí mi bolso y sacando una docena de caramelos comencé a repartirlos diciéndoles:

      -"No dolars, no dolars..."

Tras entregarles los dulces, conversé con mi marido lo graciosa que era la niña de los ojos vivarachos. Le saqué unas fotos y alabamos, entre nosotros, la expresión tan bonita de su cara. Todo ello en español. A su lado tanto a la derecha como  a la izquierda se encontraban otras muchachas reclamando su presencia, a las cuales no les prestamos apenas atención. Volviendo a insistir que no teníamos dinero optaron por marcharse en busca de probables compradores.

Aprovechamos para deleitarnos con el bello paisaje que se presentaba ante nuestras miradas y al poco tiempo de disfrutar del extraordinario panorama la pequeña de los ojos vivos se acercó a mí por detrás, mostrándome por enésima vez las dichosas pulseras.
Ya no aguanté más, pese al riesgo de que una docena de mujercitas vendedoras se me echaran encima apremiando para que a ellas también les comprara algo.
Hecha la venta, la muchachita se despidió con una sonrisa, ante la mirada reprobatoria que me dirigió el guía.
Afortunadamente no nos interrumpieron más y pudimos tomar con tranquilidad los refrescos y gozar del lugar.

Tras un cuarto de hora de relajación acordamos proseguir el camino.
Nada más poner un pie en la pista pedregosa, una niña en la que no había reparado hasta entonces, se pegó a mis piernas con la cantinela  obstinada para que le comprase pulseras. Le quise hacer entender que ya había adquirido unas y no pensaba comprar más. Ella insistía e insistía y no había manera de que cejara en su empeño. Caminó medio kilómetro con nosotros sin parar de hablar con tono lastimoso, el guía le pidió que se marchara pero ella no claudicaba.
Decidí darle unos caramelos aventurando que quizá así se conformase y se fuese. No los aceptó y persistió caminando a mi lado. Parecía dolida, concretamente conmigo. Mi marido resolvió darle una pequeña cantidad de dinero para intentar que se diera por satisfecha y regresara con su gente. Nos estábamos alejando del lugar de partida. Tampoco aceptó el dinero. Extrañados por su reacción seguíamos caminando sin saber qué hacer.
Hung, el guía, intentó conversar con ella pero no entendía el dialecto en el que se expresaba, y para acabar con la situación se animó a comprarle las dichosas pulseras. La pequeña igualmente se negó.
No comprendíamos nada. Era chocante su resistencia y rebeldía. ¿Qué quería la pequeña?
De repente, ante nuestras caras de extrañeza y fastidio, comenzó a llorar.
No sabíamos cómo actuar, me agaché y la miré a los ojos. Su cara seria y rota por el llanto me impactó. Unos ojos escrutadores y férreos me enjuiciaban bajo aquel rostro infantil.
El corazón se me heló.
Una imagen recién vivida me vino a la mente, la niña que se hallaba a la derecha de la otra que me había cautivado, de la que alabé su gracia y salero amparándome en su desconocimiento de mi idioma, era ésta que ahora me recriminaba mi desatención para con ella.
Se me ocurrió regalarle algo particular y rauda desocupé una pequeña cartera que siempre llevo en el bolso llena de aspirinas y algunos útiles personales, una cartera de lentejuelas de varios colores que brillaba bajo el tórrido sol de Sapa. Se la entregué con ternura. La pequeña la miró y la cogió en sus manos como si le diera un trozo de mí misma. Le acaricié ligeramente el brazo y cesó su llanto y, ahora sí aceptó los dulces, la propina y la compra de más brazaletes, tras recibir mi dosis de afecto.
Aprendida la lección. El lenguaje de los gestos, el semblante de la cara, la sonrisa, el tono de voz.....etc., es universal. La pequeña Sham quería cariño, mi cariño y ella entendió, simbólicamente, que a través de la entrega de algo personal se lo daba.
Lo siento Sham, disculpa mi torpeza y gracias.