martes, 22 de febrero de 2011

LA MENTIRA DE UNAS FOTOS. Autora Fátima Ricón Silva

                                                      


                                              LA MENTIRA DE UNAS FOTOS


                                                      Fátima Ricón Silva




Son las seis de la mañana.

Me hallo en la cocina de mi casa, disponiéndome a realizar la pesada y ardua tarea
de planchar. Tengo la ropa de dos lavadoras completas para repasar con el artilugio
caliente y húmedo que tengo entre mis manos. ¡Ya podría ser otra cosa! Pero es lo qué es, también me hará sudar y suspirar, pero de esfuerzo físico laboral y de aburrimiento.

Distribuyo y organizo la ropa en dos grupos por grado de dificultad: los pantalones y
camisetas de algodón, de los niños, por un lado; las camisas de José y pantalones de
vestir (los que llevan raya), por otro. Como hay tanta cantidad dudo por qué grupo
comenzar, sí por el más difícil y laborioso o por el fácil en el que la plancha se desliza
como una patinadora olímpica. Decido iniciar la labor por el grupo cansino y fatigoso,
con el objetivo de sobrellevar el cansancio y la monotonía del final con mas alegría.

He madrugado muchísimo, como todos los días. A las cinco y media estaba levantada,
duchada y desayunada. Excepcionalmente hoy he adelantado una hora el momento habitual de levantarme, precisamente, por el hecho de tener que planchar. Los niños necesitan su ropa deportiva para el colegio, el chándal para gimnasia y el uniforme; y José, sus camisas y trajes para acudir a sus citas comerciales vestido impecablemente.

Mi marido vende ropa a tiendas minoristas y se pasea por toda la provincia con sus
muestrarios de vestidos, chaquetas, faldas y blusas de señora. De señora clásica diría, prendas que no me agradan en absoluto, yo que soy moderna y funcional.

Cuando llega mi cumpleaños me regala siempre una de las mejores piezas del
muestrario, reconociendo y aceptando de antemano que nunca verá mi cuerpo cubierto con ese tipo de atuendo.
Acepto el regalo con buen talante para posteriormente venderlo a algún familiar o vecina, y comprarme lo que me gusta. José muestra indiferencia ante este hecho. Él ya ha cumplido como marido atento y yo he salido airosa del intento conyugal de reconvertirme en modelo de su muestrario.

Cierro la puerta de la cocina y procedo a conectar la radio. La radio me acompaña en
todos mis quehaceres diarios y nocturnos. Cómo mi esposo viaja tanto, duermo sola
muchas noches y me entretengo escuchándola hasta que me invade el sueño.
Nunca consigo apagarla antes de dormirme, por tanto, mi primer momento vespertino lo
disfruto acompañada de algún locutor o locutora de quien conozco demasiado
íntimamente las cadencias y siseos de su voz.

Gradúo el volumen para no despertar a los chiquillos. Están mejor dormidos,
descansando, para afrontar las tareas y obligaciones que tienen. Deben recoger las
fuerzas que regala Morfeo para pasar el día.

Coloco la tabla de planchar en posición y comienzo con la rebelde raya de un pantalón
azul marino.

La radio suena, escucho una voz embaucadora, almibarada que pretende engatusarme
para que compre un friega platos virtual.

        -"¿Y eso qué es? - Me pregunto".

Escucho el sonido que indica que son las seis de la mañana. Comienzan las noticias de
las seis. Son las que más me gustan, me permiten desde bien temprano conocer los
últimos sucesos nocturnos del día anterior, y los primeros del actual.


Buenos días, -saluda el locutor-, ayer a última hora de la noche, en Madrid, en el barrio de San Mirto, tuvo lugar la muerte violenta de una mujer a quien su marido le asestó cincuenta y siete puñaladas con resultado de muerte. Esta nueva víctima de la violencia de género es la número setenta, en lo que vamos de año”.

Me siento en una silla de la cocina, yo resido en el barrio de San Mirto, en la calle de La
Pelota. ¡Por Dios! Es una vecina del barrio probablemente la conozco. ¿Quién será?
Continuo escuchando la noticia.

“La víctima de cuarenta y nueve años de edad, reside en la calle de La Pelota,
número nueve, pudo escapar de su domicilio, malherida, al portal y pedir auxilio hasta que algunos de los vecinos la escucharon y llamaron a la policía”.

¡Madre mía! Es el portal de Aurora, una conocida mía. Precisamente antesdeayer
tomamos un café con leche en la panadería del barrio. Me mostró unas fotos de un viaje
que hizo el mes pasado a Tenerife. ¡Qué fotos más hermosas! ¡Qué felicidad irradiaban
ella y su esposo! ¡Qué matrimonio mas bien avenido! Luego quizá la vea en la panadería
y comentaremos el trágico suceso que ha ocurrido en su portal.

Husmeo el aire de mi cocina. Huele a quemado. ¡Oh! He dejado la plancha posada en el
mejor pantalón de José, ¡se está quemando!

De un brinco, salto para colocar la plancha de pié e intentar recomponer el desaguisado y sigo escuchando la retransmisión de la noticia.

“La víctima ha sido identificada como Maria Aurora Román Pérez, vecina del citado barrio...........”

Caigo fulminada nuevamente en la silla, el pantalón definitivamente se quema, el
agujero con forma de suela de plancha lo imagino sin remisión. Pero qué me importa el endiablado y complicado pantalón.

La víctima es Aurora. Las fotos...... Las fotos de la mentira. Debajo de esas caras sonrientes y amorosas, se encubría el maltrato y la humillación. Las sonrisas eran forzadas, abusadas, viciadas, pero a mí me engañaron. Desearía volver a ver las fotos, observar las miradas y analizar los gestos de esas imágenes falaces que me estafaron y mintieron.

Oigo ruido, es José, se ha levantado y penetra en la cocina con gesto airado, me mira y observando la humareda que brota de su pantalón. Me chilla:

      -Paqui, ¿no ves que estas quemando mi pantalón?

      -¿Qué importancia tiene eso ahora? Un pantalón quemado. ¡Puah! En este instante lo único grave son las fotos que mienten. Sórdidas fotos que inventan y fingen un retazo de una vida. De la vida de Aurora.

José me contempla con indiferencia y sin ánimo de indagar, de conocer la causa de mi trágico estado.
Desenchufa la plancha y sale de la estancia obsequiándome con una última mirada rastrera e incomprensiva.

Yo me mantengo con la vista extraviada en los blancos azulejos de la cocina. En silencio, hasta que el llanto brota y oigo mi voz, queda y sujeta:

      -Las fotos mienten.

2 comentarios :

  1. Hola, quisiera entender que es un texto sin más... como esos poemas tristes que aseguras escribir y que luego tienes que explicar a los amigos que no eres tú... simplemente que el guión era así...

    Por lo demás me ha gustado leerte, lo haces muy bien.

    Un saludo.

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  2. Hola Ernesto, este texto nació de una propuesta que hicieron en radio nacional, invitaban a escribir acerca del maltrato de género y brotó de mi interior, como narradora, expectadora de una realidad social.
    Sin embargo mis poemas, nacen de mi corazón siempre, pero inspirados no sólo en mi persona sino también en otras personas, gestos, ademanes, sentimientos propios y ajenos,.... lo que ocurre es que el hecho de que yo publique un escrito no significa que sea personal o en ese preciso momento de la difusión me hallo en ese estado. Como mis amigos que me leéis os preocupáis me obligo a comentaros que me siento felíz en muchas ocasiones, en otras triste, exaltada, abrumada, .... , Pero como todo el mundo.
    Gracias por tus palabras y enhorabuena por la nueva vida que ha entrado en tu existir. Un saludo

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